jueves, 11 de octubre de 2012

LOS FORTINES EN DONDE ACAMPAN LOS ALFILES



LOS FORTINES EN DONDE ACAMPAN LOS ALFILES


Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Loco-mbiano

En las guerras, desde que los faraones eran chiquitos, y en Grecia y Roma, en Asia y la santa Rusia, en la Alemania de Hitler o en la flemática Inglaterra de los lores, los mariscales reservaron lugares para que la retaguardia descansara y se mantuviera gorda para salir a dar el golpe de gracia en las épocas más duras. Lo demás eran escaramuzas de estudio por aire y tierra, con comisiones de espionaje y uso de binóculos de largo alcance sobre el enemigo.

Los señores feudales en la Edad Media, cuando la Iglesia y la Inquisición dominaban desde las almenas de las torres de sus fortalezas o castillos o palacetes que tenían sus instrumentos de tortura para los infieles, también había vasallos muy nobles y bien alimentados que en cualquier momento se ocupaban de ir hasta Roma o hasta las sedes de reyes vecinos a conciliar y conseguir alianzas.

Esas escuelas y costumbres de los grandes señores, representantes de Dios y de la espada, tienen hoy secuelas. No solo hay un rey o príncipe o regente. También hay jefes que aplican el rejo y las penitencias a quienes caen como pajas o vigas en la retina de su ojo justiciero. No solo tienen un repertorio de instrumentos de castigo sino unas recompensas para quienes siguen sus consignas o para quienes se atraviesan en sus santas inspiraciones.

Colombia no es la excepción. De la época de la Colonia conocemos nuestra historia calcada en lo que ocurría en Europa, sus reinos y califatos y cofradías. Había convenios, dádivas a cambio, azotes, cárceles, indultos y condenas a muerte.

Bien sabido es que en nuestra republicana vida se han conservado instituciones muy adecuadas para mantener aceitada la maquinaria de lo que se llama el Estado de Derecho que orquesta el gobierno y su staff. Todos funcionan a una, como en la ficción de Lope Fuente Ovejuna.

En los años que precedieron a la convocatoria para la Constituyente de 1991 la Contraloría General de la Nación era un nido de ratas y ratones, de zarigüeyas malolientes y osos perezosos. Era fortín donde acampaban con sueldos, consentimientos y puertas giratorias los favorecidos de los congresistas. No había necesidad de entrar allí con recomendación y ramo de flores o manzanas. Solo una tarjeta de presentación que llevara en relieve el nombre de un gamonal era un empujoncito, una patadita de suerte y una orden para nombrar al alfil o peón de brega de una campaña en la Costa, Amazonas, Huila, Chocó o Santander. La tarjeta, por supuesto, luego se rompía y nadie sabría quien la enviaba. Ni había en esa época formularios para invocar derecho de petición.  

Hoy las cosas no han cambiado. Estamos en la misma Época del Ruido y los temblores, de la Regeneración, del buen gobierno bueno del exflaco Agudelo, de la transparencia y la igualdad, todo es prosperidad social como en Cartagena. Vivimos de los nombres y los slogans, de las etiquetas y los anuncios y Agencias y altos consejeros. El pueblo está allá, lejos, haciendo fila pidiendo prosperidad a las EPS, al Incoder, esperando un cupito para una de las 400.000 casas de Vargas Lleras y mirando que un ángel baje y le ponga la doble corona a nuestro buen procurador, sin ninguna recomendación ni ayudita adicional.

11-10-12                                                   9:03 a.m.

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