Por: Luís Barrera
Cuando ocurrió el terrorífico atentado del 2-F en Villarrica, su alcalde elegido por expresión popular en las urnas, escasamente llevaba un mes de posesionado con lo cual la acción demencial y perversa del terrorismo, prácticamente lo inauguró, dejando esta población nortecaucana en los siniestros registros históricos de la violencia indiscriminada que aún vivimos los caucanos y colombianos.
Un año después, aunque sus gentes han intentado volver a la aparente tranquilidad y paz que siempre ha caracterizado este joven y promisorio municipio, los síntomas postraumáticos y la depresión después del drama, no se han hecho esperar en otro lento golpe que padecen los familiares de las ocho víctimas mortales y afectados directos, tras la esperanza de normalizar sus vidas y el gobierno se decida efectivamente ayudarlos para reconstruir sus gratos recuerdos y bienes perdidos.
Se dice comúnmente que el terrorismo es "el arma de los débiles". Pero ¿qué buscaban quienes ordenaron y colocaron esas cargas explosivas contra la hoy reconstruida estación de Policía y que afectó varias edificaciones vecinas? Pregunta cómo ésta tal vez tenga múltiples respuestas, pero lo cierto es que este lamentable hecho siempre quedará como la recordación de un nefasto día que sacudió las entrañas de un pueblo en el que la paz había escogido como su morada.
En el Cauca, el terrorismo se ha convertido desde hace años en la más grave amenaza contra la paz y tranquilidad ciudadana porque atenta cruelmente contra la vida humana, coarta la libertad de las personas y ciega el conocimiento de la verdad democrática, de los hechos y de nuestro diario acontecer.
Sobre tan doloroso tema, siempre habrá marchas y repudios, se alzaran voces de protestas y se escribirán páginas enteras rechazando las acciones, se recordarán a las víctimas con tristeza, se elevarán oraciones por su eternos descansos y de la promesas muchas quedarán incumplidas. Pero pocos nos animamos a todos a trabajar sinceramente, según las posibilidades de cada cual, para eliminar la lacra social del terrorismo y consolidar la convivencia en la libertad y el respeto de los sagrados derechos humanos.
Nuestros pueblos caucanos no pueden seguir siendo víctimas de la violencia y el terrorismo. Aquí no puede continuar teniendo cabida el propósito de matar y destruir indistintamente hombres y bienes, mediante el uso sistemático del terror con una intención de intereses oscuros. El estado tiene que hacer todo cuanto esté a su alcance para combatir eficazmente esta violencia criminal indiscriminada que procura un efecto mucho mayor que el mal directamente causado, mediante una amenaza dirigida a toda la sociedad.
Al solidarizarnos nuevamente con Villarrica a un año de esta repudiable acción terrorista contra sus gentes, sus autoridades policivas y contra todo el conjunto de su comunidad, PROCLAMA sigue creyendo que el terrorismo es intrínsecamente perverso, nunca justificable. Que Las acciones terroristas como estas no se refieren sólo a un acto concreto o a algunas acciones aisladas, sino a toda una compleja estrategia puesta al servicio de un fin de haber creado pánico y temor entre sus indefensos habitantes.
El terrorismo es intrínsecamente criminal, porque dispone arbitrariamente de la vida de las personas, atropella los derechos de la población y tiende a imponer violentamente el amedrentamiento, el sometimiento del adversario constitucionalmente establecido y, en definitiva, la privación de la libertad y la tranquilidad social que todos anhelamos.
Pedimos desde esta trinchera de opinión libre 12 meses después de este alevoso atentado a los gobiernos, que cumplan sus promesas a los damnificados de esta acción terrorista y que no es admisible, el silencio sistemático ante el terrorismo. Esto obliga a todos a expresar responsablemente el rechazo y la condena del terrorismo y de cualquier forma de colaboración con quienes lo ejercitan o lo justifican, particularmente a quienes tienen alguna representación pública o ejercen alguna responsabilidad en la sociedad.
No se puede ser “neutral” ante el terrorismo. Querer serlo resulta un modo de aceptación del mismo y un escándalo público. La necesidad moral de las condenas no se mide por su efectividad a corto ni largo plazo, sino por la obligación humana de conservar la propia dignidad personal y la de una comunidad agredida y humillada como lo fue Villarrica.
Si no condenamos la presencia del terrorismo en nuestro departamento que no hecho sino difundir en su entorno una verdadera “cultura de la muerte” en la medida en que desprecia la vida humana, rompe el respeto sagrado a la vida de las personas, cuenta con la muerte injusta y violenta de personas inocentes, como un medio provechoso para conseguir unos fines determinados e impulsar de este modo un falso poder desestabilizador del Estado y de la sociedad. La vida humana queda así degradada a un mero objeto, cuyo valor se calcula en relación con otros bienes supuestamente superiores.
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