Por: Reinel Gutiérrez
Cuando la mayor parte de la población duerme, suceden cosas inimaginables y que se captan por los medios de comunicación. Una respetable señora, madre y abuela a la vez, llamó al programa de una cadena radial hacia la una y treinta de la mañana, con el objeto de participar, porque ella es oyente permanente y además tiene dificultades para conciliar el sueño.
Se trataba de una dama que ve afectados sus sentimientos y gustos por una medida de las autoridades.
La señora es una persona que siente mucha complacencia con el sufrimiento, en este caso de los animales. Ella es feliz cuando en la plaza de lidia, se le introducen en la piel del toro un par de banderillas. Goza demasiado, hasta el éxtasis, cuando ve brotar la sangre del animal para mojar la arena, tanto que para ella es una especie de orgasmo que calma su sed vampiresca.
Su clímax se ubica en el punto más alto cuando ve al animal que jadea, y con ojos apagados y vidriosos busca un rincón para morir.
Los sentimientos de esta madre dejan mucho que desear en un medio tan violento como el nuestro, y en donde se ora todos los días y además se habla y se hace negocio con la supuesta paz.
Las madres son santas, pero ésta, qué tipo de altar puede merecer, es la pregunta que muchos se hacen al analizar el caso.
La irritada dama residente en Bogotá catalogó como estúpido al alcalde de esa ciudad por haber prohibido que con la violencia, el maltrato y la muerte de un ser indefenso, se divierta el público. En dónde ubicamos la estupidez: ¿en la actitud del alcalde, o en la de esta mujer?
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