SANATORIO ES MEJOR QUE HOSPITAL
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Loco-mbiano
Hasta el viejo hospital de los muñecos
llegó el pobre Pinocho malherido.
Un cruel espantapájaros bandido
lo sorprendió durmiendo y lo atacó.
Llegó con su nariz hecha pedazos,
una pierna en tres partes astillada,
una lesión interna y delicada
que el médico de guardia lo atendió…
llegó el pobre Pinocho malherido.
Un cruel espantapájaros bandido
lo sorprendió durmiendo y lo atacó.
Llegó con su nariz hecha pedazos,
una pierna en tres partes astillada,
una lesión interna y delicada
que el médico de guardia lo atendió…
Muy tierna nos parece la letra que cantaron los abuelos a los niños en décadas pasadas. Hasta el viejo hospital llegó el pobre Pinocho, apenas un muñeco de madera, mal herido. Un bandido lo sorprendió durmiendo en un potrero. Tenía mal la nariz que lo distinguía, el fémur lo tenía astillado en tres y, sobre todo, padecía una lesión interna. Pero dice la leyenda que el médico de turno de la EPS, lo atendió.
En EE. UU. algunos hospitales reciben el nombre de Centros de salud o Centros médicos o Memorial Centers o clínicas. En Argentina* se llaman Sanatorios.
No importaría reflexionar sobre el nombre que se da a los lugares a donde van a buscar remedio para la salud quebrantada quienes han sufrido daño en su cuerpo. Ya sea en sus miembros, músculos, sentidos o cerebro. No importaría, digo, si no fuera por la connotación y significado que encierra y que identifica a ese lugar que debiera ser sagrado.
Porque allí llegan seres humanos con dolor, agobiados por estar dimidiados por la pérdida parcial de su salud, lo más preciado que tiene el humano sobre la tierra.
Aquí, en Colombia, se llaman con el escueto nombre de hospitales o de clínicas con el sobrenombre generalmente de una santa o de un jefe político. Escueto, o sea, que se refiere de manera general a un lugar de hospedaje, a donde van como pasajeros a pasar unas horas o unos días o hasta meses. Allí hay sillas, algunas de ruedas, camillas de paso en largos pasillos o y camas en habitaciones dúplex o personales, según la calidad del paciente o cliente.
No era por muy larga nariz, ni fractura múltiple en la pierna lo que llevó a Pinocho al Hospital. El médico de guardia que lo examinó, dijo que le faltaba el corazón. Oh, hallazgo cantado en una canción infantil, que no se comprende muy bien en la escabrosa Ley 100, ni en las clases de medicina general.
De ese mal es que llega a sanarse el enfermo a un Centro de Salud, de primer nivel o de segundo o de tercero, como los ha categorizado y señalado burocráticamente el gran Ministerio. No llega a pedir posada como a un hotel para descansar y que los atienda no una camarera sino una enfermera y un médico o doctor de verdad. Espera, al llegar a ese antro de emergencias inhumanas, un alivio para su paz interior, antes que para que le diagnostiquen y receten paliamentos o cirugías.
Ha llegado un paciente al sanatorio, o sea, al lugar donde se hará todo lo posible para sanar a quien llega, niño, mujer o varón. A que le traten con compasión y ternura, como a Pinocho. Lo demás vendrá a continuación. Es del corazón el mal del ser humano en esos momentos de su Vida. Aunque lata la sangre en los ventrículos como perro asustado. Merece una delicada atención. Y así termina la canción: “y viendo que Pinocho se moría, le puso un corazón de fantasía y Pinocho sonriendo despertó.”
30-01-13 11:27 a.m.
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