martes, 12 de febrero de 2013



YO SOY COMO UN CARDO DE POTRERO


Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Loco-mbiano

Dejáme que te quiera a mi manera,
dejáme seguir siendo como soy,
que no se pone en moldes el cariño
ni se le pone riendas al corazón.

Yo soy como los cardos del potrero
curtido por los vientos y del sol,
pero también capaces de dar flores,
dejáme seguir siendo como soy.

Frag. Déjame ser así. Tango de Enrique Rodríguez y Roberto Flórez

Desde niño, cuando corría descalzo por entre la lluvia y el barro, dando patadas al charco, en Villa Gómez, un pueblillo que aún no era municipio ni se daba el lujo de ver un acueducto ni de tener luz eléctrica, me topaba por los caminos junto a la quebrada, con cardos. Se me prendía a la camisa y al pantalón corto y me picaba, tierno, las piernas lampiñas cuando, volado de la casa, retozaba sobre la hierba.

Hierbecillas de casa lejana y campesinas, a las que nadie miraba ni mucho menos compraba, eran los cardos. Tal vez los trajeron los colonizadores para honrar a la madre de Cristóbal Colón que hilaba, tejía y cardaba lana. A veces yo las trozaba y hacía un manojo pues me parecían curiosas. Nunca pensé que un día las podría comparar con mi modo de ser.

El mes pasado en Bogotá salí de compras a Paloquemao en Bogotá para festejar los 70 años de mi cuarta hermana. Y volví a ver los cardos, que ya son de mejor familia. Ya son codiciados en las floristerías para estar junto a las más finas flores.

El cardo es un tallo esbelto de pocas hojas verdes-violáceas resguardadas por espinitas inofensivas. Está coronado de espinas sobre las que se posa una flor de tono azul-violáceo. Es la primera planta que florece cuando llega la primavera. Pese a su discreta belleza, con su olor atrae a la meliflua abeja. Sus espinas apenas si tienen una consistencia y forma que sirvieron a las tatarabuelas para peinar la lana de la oveja para tejer sacos y ruanas de tierra fría.

Para honor del cardo, ha merecido sonar en la letra lírica del tango escrito por Roberto Flórez e interpretado por Enrique Rodríguez. Según el autor, esta flor es símbolo de serena sencillez e interior aroma. El cardo siempre ha tenido cuna agreste y no se encuentra en antejardines ni se vende como flor principal en mercados ni floristerías. Sin embargo, posee la cualidad de ser auténtico, orgulloso de ser como es y sentir que su tallo erguido ha sido curtido al sol y al viento.

Yo quiero cantar como el cardo de Rodríguez y Flórez. Preciarme de ser oscuro, innominado, servidor sin dar la cara y sin pretensiones de alta estatura. A veces llevo espinas que me defienden de las alabanzas, sirvo de adorno con mis canas largas y una mirada sin brillo me guarda de la envidia. Me honro de mi cuna campesina y de ser oveja negra que jamás siguió el aprisco grueso de los que se arrodillan ante señores y honores para luego ser esquilados.

Qué bueno ser un cardo violáceo de potrero, capaz de florecer y dar aroma, de no doblegar el tallo ante vanas ambrosías de flores de antejardín y tienda cara.

10-02-13                               6:21 p.m.

No hay comentarios:

Publicar un comentario