viernes, 15 de febrero de 2013

Réquiem para Ledo Ivo


Gloria Cepeda Vargas

El 23 de diciembre del 2012 murió en Sevilla el poeta y periodista brasileño Ledo Ivo, considerado con Joao Cabral de Melo Neto y Ferreira Guillar, una de las figuras más representativas de la Generación del 45, movimiento surgido como reacción estética contra las coerciones de la primera fase modernista.

Lo vi por primera vez de lejos en el escenario del Teatro Teresa Carreño leyendo sus poemas como invitado al Festival Mundial de Poesía celebrado en Caracas entre el 12 y el 18 de junio del 2011. Serio y macizo, la cabellera blanca desordenaba el rostro cejijunto. Hoy martes 12 de febrero, me entero de que esa noche fue también la última vez que lo tuve al alcance del oído.

Nació el 18 de enero de 1924 en Maceio, capital del Estado brasileño de Alagoas. Miembro de la Academia Brasileña de las Letras, formó filas con otros nombres inmortales de la literatura de su país: Clarice Lispector, Guimaraes Rosa, Joao Cabral de Melo Neto.

Poeta de lo cotidiano, escudriñó y sacó a flote los accidentes que pellizcan la condición humana. No está considerado como un poeta social aunque “todo dolor humano lo toca. No es un poeta regional” (Wikipedia) pero el nordeste de la infancia cruza como un pájaro insistente el cielo de su poesía en forma tal, que el lector percibe clara diferencia entre “O Brasil do Norte” y “O Brasil do Sul”.

Fueron suyos entre otros reconocimientos, los Premios Poesía del Mundo Latino Víctor Sandoval (2008) Mario de Andrade (1982) Casa de las Américas (2009) Leteo (2011) Rosalía de Castro (2010) concedido por el PEN CLUB de Galicia, Olavo Bilac otorgado por la Academia Brasileña de las Letras. Elegido en 1999 Intelectual del Año en México, obtuvo la Mención de Ciudadano Honorario de Penedas (Alagoas) y el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Federal de su Estado natal. Hombre de recio temperamento en la vida y la escritura, a pesar de los aires modernistas que le soplaban al oído (Vinicius de Moraes, Jorge de Lima, Murilo Mendes) en sus poemas, cuentos, novelas, libros autobiográficos, críticas, ensayos y manuales de literatura juvenil, intenta con fortuna sacudirse las normas impuestas por un movimiento ya caduco, nacido oficialmente en la celebración de Arte Moderno de Sao Paulo en el Brasil de los años 20 a la sombra de los elementos vanguardistas surgidos en Europa antes de la primera guerra mundial.

Entre sus libros publicados, destacan los poemarios “As imaginacoes” (1944) “Oda y Elegía” (1945) “Ode ao crepúsculo” (1948) “La ciudad y los días” (1957) “Linguajem” (1966) “Crepúsculo civil” (1990) y “O rumor da noite”, editado en el año 2000. Las novelas tituladas “Las alianzas” (1947) y “Nido de cobras”, su libro de crónicas “La ciudad y los días” (1957) y sus memorias “Confesiones de un poeta” (1979).

Ciudadano del mundo, dijo bellamente alguna vez: “Mi patria no es la lengua portuguesa. Ninguna lengua es la patria. Mi patria es la tierra blanda y pegajosa donde nací y el viento que sopla en Maceio. Son los cangrejos que corren por el lodo de los manglares y el océano cuyas aguas siguen mojándome los pies cuando sueño”.

La poesía del Brasil quema como sus doradas muchachas de carnaval, su música sincopada y caliente, su lengua rítmica, hermana de la nuestra. Hasta en figuras tan destacadas en la primera fase modernista como Manuel Bandeira, se olfatea un lenguaje que empieza a tomar rumbo propio. En el caso de Ledo Ivo, la savia del árbol edénico corre a sus anchas. Construye y da rienda suelta a una criatura singular. El lenguaje repta, vuela, se despliega de acuerdo a la circunstancia. Pequeñas cosas: autobuses, enseres domésticos, cementerios pueblerinos, calles abandonadas, “una fruta entre dos estruendos” o “el amor que se abrirá como se abren las conchas entre las algas de la bajamar”, sostienen su andamiaje literario. El suyo es un estilo personal y directo que discurre de la mano de la palabra usada a diario y siempre joven.

No tuve oportunidad de acercarme a su dulce furor poético y lo lamento. Debe haber sido hombre de bibliotecas grandes y bares al crepúsculo. Admirador declarado del poeta y filósofo español Antonio Machado, se apagó en la misma ciudad que vio nacer al maestro andaluz.

Nada más puede decir de un ejemplar humano tan accidentado y relevante, alguien que solo tiene de él una visión lejana y comentarios impresos en papel de periódico, pero debo terminar estas breves líneas con la transcripción de su acongojado poema “Hermenegarda”, testimonio de su corazón amante, de su infancia estruendosa y eterna, de su actitud reverente ante la cotidianidad maravillada de la vida:

VALS FÚNEBRE POR HERMENEGARDA

Heme aquí, junto a tu sepultura, Hermenegarda,
para llorar tu carne pobre y pura que nadie de nosotros vio pudrirse.
Otros vendrán lúcidos y enlutados
sin embargo yo vengo borracho, Hermenegarda… yo vengo borracho.
Y si mañana encuentran la cruz de tu tumba caída en el suelo
no fue la noche, Hermenegarda, ni fue el viento. Fui yo.
Quise amparar mi ebriedad en tu cruz
y rodé por el suelo donde reposas
cubierta de margaritas, triste todavía.
Heme aquí junto a tu tumba, Hermenegarda
para llorar nuestro amor de siempre,
no es la noche, Hermenegarda, no es el viento.
Soy yo.

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