martes, 12 de febrero de 2013

Tiempo de ortigas


Gloria Cepeda Vargas

Si en Venezuela soplaran otros vientos, esta noche estaría escribiendo sobre los carnavales que empezaron el sábado nueve y terminarán el martes 12. En Caracas hace tiempo las carnestolendas se redujeron a un éxodo gigantesco por tierra, mar y aire. Solo los tambores de El Callao retumban desde el Orinoco con sus cien años de historia a cuestas, y el recuerdo de la fiebre del oro, los antillanos franceses y británicos y las “madamas” pachangueras enredados en el mejor Calipso oído y bailado en esas tierras.

Pero el tortazo que reventó sobre el pueblo venezolano la mañana del lunes 11 de febrero copa la atención de tirios y troyanos. El Ministro de Finanzas Jorge Giordani y el presidente del Banco Central de Venezuela, Nelson Merentes, fueron los encargados de anunciar en rueda de prensa la devaluación de un 46% en el ya disminuido bolívar. “Es un mandato del presidente Chávez –dijeron- En este momento tenemos un brote inflacionario y especulativo y el Gobierno tiene que actuar con la eficiencia y firmeza que nos exige el presidente”.

Sorprende que una medida tan impopular como ésta, con alto costo político para el Gobierno, se dé en un momento crítico para el país y sobre todo para el oficialismo. El eclipse de Chávez les abre un hueco casi imposible de llenar, personificado en los tumbos que Maduro y Cabello exponen sin rubor. Desde el intento de copiar lenguaje y ademanes del caudillo hasta una indecorosa exhibición de torpeza casi rayana en debilidad mental, estos dos personajes han hecho lo peor que puede realizar un régimen sin sustento jurídico: quitarse la máscara.

En consecuencia, Maduro confirma que la única máquina que maneja es el metrobús de Caracas y el subconsciente del ex teniente Cabello se cuadra y grita: “¡Ar!” cuando se le alborota el cuartel. Claro que este desvarío es el producto de catorce años de autocracia, megalomanía e improvisación amasadas por el comandante presidente. Dotado de buen olfato político y de eso que llaman carisma o aureola, el presidente Chávez, después de amalgamar los poderes públicos hasta volverlos amorfos e irreconocibles, se metió en un puño lo que quedaba y se constituyó en amo indiscutible del país. Hoy el vicepresidente Maduro insulta, insulta e insulta. Diosdado saca la bayoneta y arremete mientras Rafael Ramírez, el opaco y acaudalado Ministro de Minas, reta a duelo la ignorancia y el latrocinio planetarios… y sale victorioso.

El ciudadano común ignora qué se mueve detrás de bambalinas, pero en los aterrados compradores que se apiñan en colas interminables frente a los automercados y expendios de electrodomésticos en procura de capear hasta donde es posible los efectos del siniestro miércoles 13, día en que se harán efectivas las medidas y todo empezará a costar el doble de lo que vale ahora, la pregunta es de rigor: “¿Por qué, con tanto real como le entra al Estado, tienen que devaluar la moneda y condenarnos a ser mañana más pobres de lo que somos hoy?”

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