jueves, 15 de noviembre de 2012

ACERCA DE LA MUERTE


Rodrigo Valencia Q
Especial para Proclama del Cauca

Hace unos días vi en televisión a una pianista ya anciana que decía: “Qué bueno sería que cuando uno esté muerto, esté oyendo música”. Todo el mundo tiene ideas sobre la muerte; cada quien, según su fantasía heredada de la cultura. Pero “no puede contentarse el análisis con una idea casual y arbitrariamente imaginada de la muerte”, dice el filósofo alemán Martin Heidegger, siglo XX, en Ser y Tiempo. Las teorías consoladoras, generalmente derivadas de las ideas religiosas, son legión.

Lao Tsé, el famoso místico chino de la antigüedad, de quien se deriva el Taoismo, dijo: “Tratar de volver al centro es conocer lo Eterno; quien conoce lo Eterno, aunque su cuerpo muera, él nunca morirá”. Y Sócrates, el filósofo griego por antonomasia, en sus últimos momentos de vida, rodeado de discípulos llorosos, antes de tomar la cicuta a que había sido condenado por supuestamente “pervertir a la juventud”, les dice: “¿Qué es lo que hacéis, hombres extraños? Si mandé fuera a las mujeres fue para que no importunasen, pues tengo entendido que se debe morir en medio de voces de buen augurio”; y les pronuncia todo un discurso acerca de la inmortalidad del alma y lo que debe ser el deber del verdadero filósofo: aprender a morir. Esto lo relata muy bien su discípulo Platón en el diálogo Fedón. Según Sócrates, ésta debería ser la única misión del sabio: apartarse de todo comercio con el cuerpo y el mundo exterior; ensimismarse, interiorizarse lo máximo posible, abstraerse, para tratar de quedarse a solas consigo mismo, es decir con el alma, lo íntimo, para conocer qué es esta alma, y así llegar a conocer esta parte del hombre que supuestamente es la esencia inmortal; y eso le daba el ímpetu para afrontar con la mayor entereza del caso los últimos momentos de su vida. Él creía que el sabio iría al mundo espiritual después de la muerte, y entonces gozaría de una vida bienaventurada. En nada, creo, se diferencia de las enseñanzas de místicos de otras culturas y latitudes, como San Juan de la Cruz: olvidarse de todo, renunciar a lo exterior, contemplar y “estarse amando al Amado” en lo interno, y así ganar la vida eterna.

Ahora vamos a la antípoda: Federico Nietzsche, del siglo XIX, quien en su libro “Así hablaba Zaratustra”, quizá el poema más intenso, profundo, bello, y también terrible que he leído, se burla de quienes creen en ultramundos. Zaratustra se encara con un bailarían que ha caído de la cuerda floja y está a punto de morir; lo consuela diciéndole: “Tu alma estará muerta aún más pronto que tu cuerpo; no temas ya nada”. También palabras consoladoras, toda vez que tienden a anular el miedo a qué sucederá en el “más allá”, después de la vida.

En fin, puede haber matices diversos entre ambas posiciones o creencias, es decir entre la fe y el escepticismo; pero creer no es saber, y la muerte, el primer y último problema de la existencia, queda como ecuación indescifrada. Todos los días la muerte nos acosa: ¿Cuándo moriré? ¿Mañana… dentro de tantos años? ¿Y qué hay después de la muerte, es decir, después de la vida? Pero al final viene ella sin consultarnos, y nos lleva de la mano al silencio eterno y sin regreso. Aunque hay algunos que dicen que han regresado de la muerte; dicen haber tenido “una experiencia cercana a la muerte”; hablan de un túnel de luz, relatan experiencias similares, y erigen estos testimonios como argumentos en pro de la vida post-muerte. Pero olvidan una cosa: toda experiencia implica un experimentador, una conciencia, una memoria que registra la experiencia; y entonces, en tal caso, dicha experiencia se realiza desde este plano de la vida, y no desde la muerte. Y entonces hay que entender que aquí nos enfrentamos con un gran problema: el muro de contención que es la conciencia, el cual nunca podemos derribar ni rebasar, toda vez que, si vivimos, experimentamos, pensamos o recordamos algo, es esta inalienable conciencia que tenemos en esta vida la base indubitable para experimentar cualquier cosa o conocimiento.

Para terminar, amigos, les pregunto: ¿Qué es uno cuando está en sueño profundo? Hemos perdido el paisaje, hemos perdido toda patencia de ser; ni siquiera sabemos nada de nosotros mismos durante el sueño profundo. ¿Entonces, cómo va a haber algo después de la vida, si en esas condiciones ni siquiera tendremos un cuerpo con el cual conocer algo? Por eso, yo pienso que cualquier experiencia que se diga cercana a la muerte, ocurre simplemente durante el tiempo de la vida, nunca durante el tiempo más allá de la vida; y, entonces, obviamente, dichos eventos no son más que estados alterados de conciencia. Y debemos entender que para conocer lo verdadero no se necesita entrar en ningún estado alterado de conciencia sino en el más alto posible estado de lucidez.

Muerte, amiga-enemiga de todos los días, tus velos crecen todo el tiempo bajo el sol.

No hay comentarios:

Publicar un comentario