Gloria Cepeda Vargas
Se aproxima el 8 de marzo: obsequios, homenajes, obsecuentes medios de comunicación y sobre todo, loas y ditirambos aplicados al inventario de mujeres ilustres. La renuncia de Ratzinger confirma lluvias nuevas. El pontífice abandona poder principesco e idolatría milenaria y taladra (ojalá de manera irreversible) el fabulario de nuestra civilización.
Es innecesario mencionar el renovado estatus femenino. A la prueba me remito y vamos al grano. Entre nosotros medra una legionaria anónima que sostiene el mundo. Cumple a cabalidad con su compromiso ontológico ajena a títulos académicos, belleza o logros laborales. Lo suyo no es asunto de filósofos, leguleyos, pensadores de ocasión, políticos, economistas, reyes o papas. No existe disciplina que la ate ni dios que la conmine. Respetuosa del instinto y el misterio, heroína sin ostentación, mártir sin victimismo, nunca será noticia a pesar de que a diario resucita. Le endosaron identidad de sombra, por eso camina libre de acechanzas. Detenta la vulnerabilidad del adversario y la maquilla con habilidad. Hijo de facilismos circunstanciales, su nombre desmiente lo efímero de la forma y confirma lo eterno del estilo. Brilla por su ausencia en la nómina de funcionarios remunerados o pensionados; leyes y constituciones la ignoran; sin salir de su casa explora el mundo y administra números y fórmulas mejor que Pitágoras.
Posee cubierta unicolor y pulmones libres. A solas se reinventa y defiende. Crece sin parar desde que la alumbraron. Su experimentación resuelve edades órficas y ecuaciones rencas.
Sinergia, planisferio, línea ecuatorial, savia nutricia, convierte las escobas voladoras en zarabandas mágicas para seguir desenredando la trama supersticiosa donde nos debatimos. Teórica-hacedora del tiempo y comprometida con su esencia, rescata la realidad de la utopía. Artífice solitaria, a su vera maduran todo desgarramiento y plenitud. Ella no es una edad, es la edad; no representa solo un individuo, representa el planeta. Hablo de la leída y la analfabeta, la joven y la vieja, la negra, la blanca, la india, la mezclada, la extranjera, la oriunda, la niña de tacón o de alpargatas. Todas, absolutamente todas como dicen por ahí, nacieron aprendidas.
Estas líneas no se refieren a la madre. Rinden homenaje a la silvestre y anodina ama de casa, porque la primera actúa urgida por el tatuaje que le imprime el hijo e identificada con su destino, mientras más de una vez, la segunda pasa sin pena ni gloria después de haber construido en el viento y arado en el mar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario