domingo, 24 de febrero de 2013

No se tratará entonces de ganar la guerra, sino de ganar la paz

Por Luis Barrera

Definitivamente no hay camino para la paz, la paz dialogada es el camino. Me cuento entre los optimistas moderados, entre quienes consideran que el Gobierno y las guerrillas de las Farc han tomado la iniciativa correcta en el momento oportuno, pese al alto riesgo de un fracaso por la torpeza y pedantería de la insurgencia.

Desconozco las verdaderas intenciones de la insurgencia, pero dialogar de paz, aun de una paz restringida a dos partes, aun de una paz que se persigue al calor del conflicto armado que persiste, aun a riesgo de que los guerreristas de ambos lados terminen por prevalecer, es ganancia, es pura ganancia, es un maravilloso ejemplo de sensatez ofrecido por el Gobierno y generoso desespero de las Farc al país entero tan necesitado de no quedar de rehén de quienes solo están pensando en vencer o morir.

Intentar terminar el conflicto armado es un acto de audacia, patriotismo y sacrificio ya que la paz exige cuatro condiciones esenciales: Verdad, justicia, amor y libertad. No basta con hablar de paz. Uno debe creer en ella y trabajar para conseguirla. Los actos violentos contra la población civil y las guarniciones policivas y militares causan estupor e indignación y no parece que se quisiera la paz.

Sin embargo no hay que llamarse a sorpresas, estaba previsto que esto pasara al dialogar en medio de la guerra, debemos inclusive estar preparados para actos peores como el terrorismo en este conflicto interno que nos desangra. Sucede que aunque se tenga optimismo moderado, no solo en muchos sectores se ha perdido la confianza sino la esperanza.

Porque en este proceso nos percibimos siempre como ajenos a la solución; aunque sufrimos el problema, sentimos y pensamos que son las fuerzas en conflicto las que deben poner fin a esta situación como si no fuéramos todos los colombianos, la sociedad civil en general, también responsables de mantenerla; o bien por acción o bien por omisión.

Viviendo en el Cauca en medio del conflicto resulta difícil tomar distancia y poder pensar con claridad en alternativas a nuestro alcance; más aún si continuamos en la posición de víctimas impotentes y expectantes.

Por ello es necesario que la sociedad civil, como un frente unido en pro de la defensa de nuestra libertad y dignidad como seres humanos, participe activa y eficazmente en la búsqueda de soluciones pacíficas: exigiendo y propiciando no solo el diálogo sino la interrupción de la guerra con toda su violencia; denunciando; reclamando presencia del Estado; generando una sociedad más justa; reconstruyendo el deseo de trabajar y luchar por nuestro país y un mejor vivir en él.

Y aunque las FARC estén buscando un cese bilateral a las hostilidades, nos toca esperar como resultado de lo pactado para dialogar en medio del conflicto, hasta lo peor. El gobierno no puede ceder ante pretensiones infames y la insurgencia tampoco puede pretender ganar espacios y reconocimientos anticipados en un tira y afloje que ya estaba previsto.

Lo cierto es que a favor de una resolución pacífica del conflicto están en el fondo los colombianos de abajo, los que pagan con sus vidas y las de sus familias la agonía permanente de una nación. Junto a ellos se suman los países amigos garantes del proceso y aquellos que reconocen en la paz y la democracia las fuentes del desarrollo de los pueblos.

Los sectores colombianos más reacios al diálogo político se resisten a calificar el conflicto colombiano como guerra civil porque implícitamente se les otorga estatus político a los actores de la guerra.

El desafío más importante que tienen los negociadores por la paz es llegar a un acuerdo mínimo del tipo sociedad que esperan construir y los pasos que se darán para lograr que los contendientes acepten un ordenamiento básico que todos respeten.

Probablemente la finalización del conflicto requerirá un momento de protocolo o formalización de acuerdos, otro momento de institucionalización y reincorporación ciudadana de los combatientes y de los derechos políticos y militares que se le reconocerán en una progresiva desmovilización.

Mientras tanto, muchos no entenderán por qué los enfrentamientos sangrientos, borrando con el codo y los pies lo poco o nada que se avance en un engorroso y espinoso camino de los diálogos, pues negociar ideales de justicia social y democracia participativa en un mundo globalizado y reivindicar la soberanía nacional en medio de un orden internacional hegemónico, no son cosas fáciles.

Es posible que el gobierno colombiano y las FARC puedan resistir todavía a la prolongación de la guerra civil. Pero el eje de una negociación por la paz descansa en que para el pueblo colombiano la contienda ya resulta insostenible con tantas muestras contrarias y mensajes equivocados como la continuación de los repudiables secuestros. Por esta sola razón, y por las reivindicaciones democráticas y de Derechos Humanos que ambas partes esgrimen, las negociaciones de paz se han convertido en un imperativo moral.

No se tratará entonces de ganar la guerra, sino de ganar la paz, que resulta tanto o más difícil que el conflicto mismo.

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