CARLOS E. CAÑAR SARRIA
Al observar y analizar el comportamiento de no pocos políticos en el orden mundial, cabe anotar la enorme vigencia de uno de los pensadores más controvertidos, conocedor de la naturaleza humana e injustamente vilipendiado. Se trata de Nicolás Maquiavelo (1489-1527), italiano, florentino de nacimiento, connotado representante del Renacimiento, cuya obra cumbre “El Príncipe” está considerada como la “Biblia” de la política moderna. Esta obra - como él mismo afirma - no trata de concebir el deber ser político sino de narrar lo ya hecho. No lo que los gobernantes deberían hacer sino lo que hacían. Es fruto del concienzudo análisis de la época que le corresponde vivir al autor. Su vigencia está en que muchos gobernantes entendieron y entienden sus comentarios como un deber ser y de esto Maquiavelo no tiene la culpa.
Considera la política en términos de fuerza y violencia, de causas y efectos. El príncipe se selecciona mediante la competencia, en la lucha por la supervivencia. Cuanto más poder tenga el gobernante más probabilidades tendrá de sobrevivir. Considera que no hay correspondencia entre ética y política, en el sentido de que la “virtud” del príncipe consiste en hacer cualquier cosa para obtener, conservar y aumentar el poder: “El fin justifica los medios”. Prudencia, habilidad, generosidad son “virtudes” que están subordinadas a la búsqueda de poder. Si no se tienen es menester aparentarlas. Como por ejemplo, si el gobernante no tiene principios religiosos, de todas maneras asiste a la Iglesia y aparenta ser devoto y piadoso. Para los subordinados es obligación la honestidad, la sinceridad, la lealtad, el comportamiento pacífico, la obediencia a los superiores; moral que no es obligatoria para quienes detentan el poder, pues a Estados y gobernantes les está permitido robar, matar, engañar, pues lo primordial es el aumento del poder, el auto conservación y el egoísmo. Fuerza, temor, esplendor y diplomacia incrementan el poder.
Maquiavelo concibe el poder como la capacidad para emplear la fuerza por medios militares, financieros y diplomáticos. Quien gobierna no puede descuidar el control de territorios, de poblaciones y la motivación de sus tropas. El oro y el pan logran menos en política que los hombres y el hierro, pues donde hay hombres y hierro seguramente habrá oro y pan. Frente a la pregunta ¿si vale ser más temido que amado?, nuestro autor responde que es menester ambas cosas a la vez pero que esto es muy difícil, por lo tanto la vía más segura es hacerse temer antes que amar, pues “el hombre ofende menos al que se hace temer que al que se hace amar”. Advierte que hacerse temer no es lo mismo que hacerse aborrecer, ya que se puede ser muy bien temido sin necesidad de ser odioso.
Cada gobernante o aspirante al poder es enemigo potencial de todos los demás. Los aliados de hoy probablemente son los enemigos de mañana, pues el arte de la política consiste en saber exactamente a cuál de los aliados debe traicionarse, en qué momento y bajo qué condiciones.
El príncipe o gobernante cumple lo prometido mientras no se sienta perjudicado. Cuando se trata de otorgar premios o recompensas, lo hace de manera lenta y con mucha publicidad, pero cuando se trata de castigos, lo hace en silencio, rápido y se designan subordinados. El gobernante aparece ante el público más amable de lo que realmente es. ¿Qué es más importante, las buenas leyes o las buenas armas? Las buenas armas puesto que donde son buenas las armas son buenas las leyes.
Las cualidades de dos animales, aconseja Maquiavelo durante el ejercicio del poder: comportarse a la vez como zorra y como león: como zorra para conocer las trampas y como león para espantar los lobos…
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