Rodrigo Valencia Q - Donaldo Mendoza
Especial para Proclama del Cauca
Jesús, dibujo por Rodrigo Valencia Q
R: —Le regalo este dibujito; perfil imaginario del hombre a quien poco se le vio reír, según dicen quienes sólo ven caras largas en la vida...
D: —Gracias, me gusta, me interesa la interpretación del personaje. En toda la Biblia nadie ríe, pero es frecuente la ira santa.
R: —El dios de los ejércitos, con su terrible espanto todo lo barre, hasta la risa profana. Pero los santos ríen con la risa serena de la gracia.
D: —Risas metafóricas, pero sirven.
R: —No son metáfora; son el feliz término de toda búsqueda existencial, el abrazo inefable de la beatitud. Ya no existirán el llanto ni la audacia del mal; allí adviene el silencio de la gracia, el paraíso reencontrado.
D: —Es lo que con menos palabras se dice: más allá del bien y el mal.
R: —No, no es más allá del bien y del mal; es el puro bien que no declina. Más allá del bien y del mal... eso está más allá, también, de los santos; no hay que confundir.
D: —Estamos en que el puro bien no existe, ningún manantial cristalino está exento de su cagadita de pájaro.
R: —La trascendencia santa, el Sumo Bien, limpia "cualquier cagadita de pájaro". Todo se torna eternidad beatífica, felicidad extática, contemplación sin límites de lo abscóndito. Pero ello no está en la conciencia de este mundo; es conciencia privilegiada donde las malas alas no hacen nido.
D: —Anoche me visitó F: dijo que Blake "justificaba" una vida de vicios para llegar finalmente a la iluminación.
R: —“Iluminación”, un término más propio del budismo y las religiones hindúes que del cristianismo y las religiones occidentales; denota reconocimiento, percepción de la Realidad Absoluta, esta sí un estado de alma “más allá del bien y del mal”; el cielo y el infierno nada tienen que ver con ello; y no creo que Blake haya bordeado estos caminos filosóficos. Entre los cristianos, podríamos hablar, más bien, de “estado de gracia”.
D: —No he leído nada de él, sólo referencias (Borges, Gibran, Felipe...).
R: —Tampoco he abordado sus fábulas poéticas, pero sus pinturas me hablan lo suficiente y desquiciantemente, como para desaparecer, uno, de las fincas de este mundo. William Blake, teósofo extraño, único, según creo. Sus pinturas abordan fabulaciones entre el infierno y el cielo. A veces se siente en ellas el calor frío del infierno, mientras Dios, reclinado, plantea con un compás el diseño del mundo, como en alguno de sus grabados místicos.
D: —A propósito, Son la 11:15 y siento un calor de costa, ¿qué le está pasando a Popayán? Voy a la tienda, compro jugo y lleno de hielo el vaso, cosa que sólo hacía en Codazzi y Valledupar.
R: —La tierra está acalorada, el tiempo grita con dolores de parto. Hay fiebre en todos los ambientes, el preámbulo del infierno.
D: —No digas esas cosas. Yo sólo espero paraísos.
R: —El paraíso no se espera; la espera es pasiva, no conduce a nada. El paraíso se encuentra, se construye, si uno indaga en su propia alma. Vuelve entonces el tiempo, la edad de oro...
D: —Así es. ¿Pero qué hacemos con esa invocación del infierno?
R: —Jajaja. ¡Cómo; no se ha dado cuenta; ya estamos en el infierno!
D: —Ahora por ejemplo, está lloviendo y no siento el calor.
R: —El escozor de la vida es el infierno; frío o calor, no importan; son el tiempo mudable, ilusorio, que las sombras eternas nos deparan.
D: Así es. No hay nada que queme más que tener algunos minutos un trozo de hielo sobre la piel.
R: La piel es el testigo fiel de todas las inclemencias y delicias del mundo. Cuando desaparece la piel, ya no hay gritos de felicidad o de desgracia bajo el cielo.
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