Reinel
Gutiérrez
No se sabe si en silencio el papa Benedicto XVI tuvo que exclamar
"Padre mío, por qué me has abandonado", y por sentirse tan solo debió
renunciar al alto cargo.
Agobiado por tantos problemas de corrupción en la Iglesia Católica,
tomó la decisión de dar un paso al costado. Los fieles creyentes tienen que
haber entrado en duda de la bondad, y la omnipotencia de un ser superior, que
no se manifestó para darle a su representante en la tierra, la capacidad
física, la inteligencia, salud y suficientes fuerzas para seguir la misión.
Ante un Dios indiferente y unos religiosos revestidos de santidad,
pero con una pureza comprometida y cuestionada, la fe se ve mermada.
En todos los países desde hace muchos años se han presentado escándalos
porque muchos individuos optan por ocultar su tendencia sexual, ingresando como
sacerdotes, y así propiciar el acoso, el abuso y violación de niños y jóvenes. Increíble
que una iglesia que condena estos actos, tenga entre sus filas tanta gente así.
Es tolerable que tengan su preferencia hormonal y que la satisfagan, pero que
no se escuden en una sotana, unos ornamentos, ritos y presunto título de
santos. Los feligreses creen en ellos y hasta los consideran sobrenaturales y
milagrosos. Por otro lado, los papas, no han sido humildes, pues a diferencia
de Jesús que era pobre y sencillo, viven en lujosos palacios, realizan pomposas
ceremonias, y manejan un gran poder. Visten trajes finos, usan anillos de
diamantes y esmeraldas, además que "el pan nuestro de cada día", para
ellos es solo una oración porque disfrutan exquisiteces en la mesa. Esto es
orgullo, vanidad y ostentación, pecados que les puede acarrear la condena eterna.
Se tiene entendido que el Vaticano es uno de los estados más ricos del mundo,
más sin embargo, cuando hay una catástrofe en algún lugar del mundo, solo manda
una bendición.
El cónclave de obispos para escoger el nuevo papa, es parecido a
una convención de cualquier partido político en donde se negocian intereses de
toda clase, conveniencias y preferencias. Los cardenales no están asistidos por
el Espíritu Santo, pues sus decisiones son totalmente terrenales, y cuando
quieran, hacen salir humo gris, o blanco. Esta crisis puede servir para mermar
creyentes, que pasan a engrosar los cultos de otras iglesias, o se declaran ateos.
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