miércoles, 27 de febrero de 2013



EL SHOW DE LOS PREMIOS OSCAR


Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Loco-mbiano

Este mundo light que nos tocó vivir tiene sus pesos y contrapesos. Un día las noticias nos traen como plato fuerte el premio Nobel en Suecia, al día siguiente un bombardeo en las calles de Bagdad y antenoche nos tocó la entrega de los premios Oscar.

¿Qué fuera de nosotros que pertenecemos al mundo de demonios, carne y mujeres y no al ascetismo de Benedicto XVI, si no existieran películas? Nos perderíamos poder ver las magníficas cintas del Agente 007, Avatar de caras sugestivas y alas verdes o volver a remirar El doctor Zhivago con su canción a Lara y… muchas más que ustedes tienen en su lista.

Aquí, a la colombiana, tenemos algunos pequeños shows como el India Catalina o el del CPB, el de Seguros Bolívar, para promocionar y realzar la producción nacional. El último con pésima presentación por TV. Son nuestras grandes fiestas criollas en donde se lucen modas, caminados y nuestro jet set va en pleno.

Esta vez la entrega en Los Ángeles, en el Teatro Dolby de Hollywood, por parte de su Academia, tuvo unos ingredientes que agradaron y otros que desinflaron. Al fin y al cabo, es la máxima vitrina de la farándula. Y en el circo todo es posible: la risa, las lágrimas, la sorpresa, los vestidos de las divas, los insulsos discursos de los premiados. Nadie prevé lo que va a suceder. Cierto que hay un presentador, un libreto con orden, cientos de responsables de luces, videos, efectos, música. Pero algo escapa a la humana previsión.

Ya a la entrada Anne Hathaway sorprendió con las puntadas de su vestido de Prada, el presentador hizo unas acotaciones muy sosas, casi todos los premiados se mostraron nerviosos y alguno aprovechó la ocasión para echar flechazos a la propia Academia. ¿Por qué tanto alboroto, si en la farándula también hay simplezas y desenfado?

Pero hay muchas otras ventajas. Es la ocasión de repensar o ver por primera vez las caras de algún personaje querido, o escuchar el nombre de una película que quisiéramos ver o ratificar la fama de una película ya vista. Habrá muchos detalles, tal vez, desagradables. Pero dos o tres horas pasaron frente a nosotros como una película con grandes actrices y actores.

Vimos de nuevo a Barbra Streisand, a la hermosa Meryl Streep, la Dama de Hierro, a la espigada Charlize Theron, a Catherine Zeta-Jones de Chicago, a Hugh Jackman, de Lincoln, Jennifer Lawrence, Bradley Cooper, Jack Nicholson, y… demás astros fulgurantes. No todo en la farándula es brillo de celofán y humo.

Películas como Argo, Amour, Lincoln, Los miserables, Life of Pi, Django desencadenado, El lado luminoso de la vida, habrá que verlas. Y verlas en pantalla grande, con el sonido pleno y los efectos casi en vivo. Esa es la conclusión de estos premios. Detrás de cada actor premiado no solo hay una vida de dedicación e inspiración sino una cuidadosa criba sobre el talento y arte que muestra en la obra en que actúa por parte de los integrantes de la Academia y de los críticos. Adentro está la magia y la técnica histriónica de quienes dirigen y actúan, musicalizan y maquillan, iluminan y ubican la utilería. Todo resplandece alrededor del arte.

26-02-13                             11.27 a.m.

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