Gloria Cepeda Vargas
José Donoso la glosó en “El obsceno pájaro de la noche” y chascarrillos y trovas populares la sostienen en la mira. Ser viejo, catano, vicario, venusto, cucho, decrépito o portador de cualquiera de los adjetivos utilizados para determinar la salida del mercado del producto humano, equivale a constituirse en miembro de una ecuación que no despejaría ni Einstein en la cumbre de su lucidez.
Se entra a la cofradía a una hora determinada por el sexo o el género; es decir, según el número del arancel. Identificada por marchiteces de la envoltura, fallas en el parque automotor y lagunas en la azotea, la vejez es ajena a un colectivo control de calidad y por lo tanto inclasificable.
Perdurable como las cucarachas, se burla de afeites, inoculaciones y quirófanos, le saca la lengua a Christian Dior, le chuza las rodillas a Coco Chanel, desmiente las audacias de la doctora Aslam, erosiona como el siroco. Es subversiva como las mujeres “liberadas”, sibilina como la hipertensión arterial, incurable como el cáncer terminal. Redomada antifeminista, no son lo mismo un viejo que una vieja aunque la cédula marque la misma fecha de nacimiento y el derrumbe denuncie similares estragos. El rompecabezas de la eternidad se quita el sombrero a su paso y a pesar de que los libros de autoayuda, las cremas de belleza y los cirujanos plásticos se la tienen jurada, continúa haciendo lo que le da la gana.
Simone de Beauvoir desnudó las últimas crujidas de Sartre en un aplastante libro titulado “La ceremonia del adiós” mientras en la otra orilla la octogenaria Cayetana, duquesa de Alba, acaba de batir un nuevo record matrimoniándose frente al mundo y levantándose la falda al compás de ¡Olés! y sevillanas.
Poderosos y arcaicos patrones culturales nutren el invierno de la vida. Ahí hacen fila por orden de estatura: visión unilateral del rebaño, infantiles y perversos fabularios religiosos y políticos, miopía y a veces ceguera de un mundo que cifra su “proyecto de vida” en una ventruda cuenta bancaria, manera entre despectiva y misericordiosa utilizada para dirigirse o aludir a la víctima: “Ha fallecido cristianamente EN PERFECTO ESTADO DE LUCIDEZ doña Fulana de Tal, anciana de cincuenta y nueve años de edad” (Obituario aparecido en un diario del interior del país) y el concepto manipulador y bursátil que maneja la plaza de mercado donde nacemos y morimos.
¿Qué es la vejez? ¿Estación final o reactivo de laboratorio? ¿Exilio o desarraigo enmascarados? ¿Vigía o espaldera de la muerte? ¿Por qué hay viejos jóvenes y jóvenes viejos? Solo sé que como a todo caminante ha de alcanzar por muy rápido que vaya, es mejor no parodiarla más de la cuenta ni mirarla tan a menudo por encima del hombro.
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