viernes, 9 de noviembre de 2012



CONTIGO PARTIRÉ*

Bertha Jiménez de Medina

Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Colombiano

A doña Bertha Jiménez

Cansada de lidiar con la vida salí al mar. Estaba magnífico, azul, quieto. Como un cordero en el regazo de la madre dejándose rizar el lomo blanco. En el fondo, el escenario se alzaba como dos rascacielos que le hacían la coreografía. Uno moderno, lineal, con multitud de ventanas que se abrían a la brisa de la tarde. El otro solemne, vetusto, que se inclina como si quisiera mojar su boca con las aguas. No podía sostener más en mi pecho esa melancolía que he tenido por dos años. Me hacía falta dejar que la mirada se fuera tras la pisada blanca de las ballerinas y el vuelo de la golondrina.

Contraté con mis pesares y mis sueños a Andrea Bocelli y a Sarah Brightman para que hicieran a dúo la melodía que me suena a despedida. “Es tiempo de decir adiós”. A mi casa y sus pinturas con mujeres negras que trabajan como yo. A mis recuerdos de Hernando que subió por las escaleras cogido de mi mano en la flor de nuestros amores. A las hermanas que recogerán las arrugas que juntas labramos sobre nuestras frentes. A mis hijos que adornaron mi jardín de besos, risas y jazmines de olor acre y profundo. A mis compañeras de vejez en el hogar, donde sólo florecen por entre los corredores pensamientos lilas y se arrullan entre las plumas las torcazas.

La función ya empieza. Junto a la riviera, agazapadas, están diez mil danzantes que arquean con suavidad sus espaldas y su nuca tersa. Ensayaron sin reparar en cansancios, vigilias, cuanta figura fantasmagórica había en el repertorio de las musas. De pronto surgen como de una mana o géiser milagroso, unas diosas vestidas de hilos de agua sobre su cuerpo desnudo y nacarino. Lanzan los bordes de su falda como geishas japonesas y forman volutas, serpientes de luz que caminan ondeantes, sin perder el ritmo.  

Ahora vuelven la cara, se miran y entrelazan sus brazos por encima de sus cabezas. Desabrochan las moñas apretadas de su cabello teñido de nieve y los confunden en armonioso juego. Tejen sobre el aire brocados turcos de plata y agua y los dejan caer lentos sobre la arena. Como inspiradas por un invisible viento, ahora se elevan hasta el cielo y suben como acróbatas por las 22 cuerdas que un hada les tendió por el edificio. En un instante cambian de posición y dan vueltas como círculos de frescura para inundar cada uno de los intersticios de los pisos donde habitan duendes de antiparras blancas.

Yo, desde mi cama, miro hasta la lejanía. Los fantasmas que la danza de las aguas formaron, se están yendo por entre la voz de mi cantante ciego. Los miro quitarse las sandalias y despojarse de sus túnicas delgadas. Me invitan a que yo haga lo mismo. Ya bailé y ya escuché la canción que por años ensayaron para hacer más placentera mi despedida de este mar por donde navegué casi siempre con buen viento y con la brújula de mi memoria sana.  

“Contigo me iré a países que yo nunca vi contigo, pero los viviré contigo bajo la ventana y a lo largo de la calle. Ahora que la luz se va de la habitación y cuando el sol me falta, me encuentro contigo en lo más íntimo del corazón, mi iré contigo. Yo sé que así será.”

Sí. Es tiempo de decir adiós a mis venas secas y a los ojos que me miran sin consuelo.


4:35 a.m. 04-11-12

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