Reinel Gutiérrez
O existe mucha identidad o en cambio es nula para saber quiénes en esencia son los habitantes de la querida patria.
Los adultos del momento eran los niños que haciendo fila en el colegio, escuchaban al profesor decir “Ustedes son el futuro del país” y ahora ya lo son. Entonces, ¿cuál es el panorama que hay, o cuál fue el futuro que labraron aquellos maestros y padres de familia? Hay un horizonte confuso, lleno de incertidumbres, de insatisfacciones, odios y resentimientos. La educación recibida no se sabe cuál fue, porque la tendencia a lo dañino y turbio es muy marcada.
El resultado es que si el colombiano llega a un empleo trata de no conformarse con el sueldo que le asignan, y establece artimañas para redondearlo de alguna manera. Si es alcalde, ve ese logro no como la oportunidad de servir a la gente, sino como una lotería personal extensiva a su familia y amigos.
Si forma un culto de oración es para explotar y manipular a las personas con lavado de cerebro para sacarle mensualmente dinero. Si es policía piensa en la ocasión favorable que se le presenta para actuar de manera indebida y también forjarse un buen ingreso. Si es parlamentario, busca incrementar sus entradas y luego pensionarse con millones sobre millones. Si es gerente de un hospital, clínica o algo parecido, pone en práctica los sobrecostos y obtener buenas tajadas.
El colombiano es hábil si no que lo muestren los llamados “carruseles” de la contratación que los hay de menor a mayor, desde la vereda Sobachocha (Putumayo), hasta Bogotá.
Desde niño le roba el borrador a su compañerito de pupitre, y cuando crece quiere ser tesorero de algo, o llegar a concejal y diputado. El habitante de esta amada Colombia es peleador, carnavalesco, chanchullero, rezador, chismoso, infiel, demagogo en la plaza con una culebra, y en los sagrados recintos. Hace tiros al aire, forma grupos armados, asalta, viola, no conoce las leyes, y si las estudia es para buscarles la trampa.
Ahora con la dosis personal, los colombianos tienen mayor facilidad de volverse adictos, y quien quiera la puede portar, sea cura, soldado, vigilante, muchacha del servicio, o monjita.
La mentira es un arma poderosa para embaucar y sacar dividendos, de allí que el colombiano la utilice para establecer grandes engaños publicitarios, vender productos inservibles o alimentos tóxicos. Construye grandes imágenes con dioses y diosas, y emplea a los niños como instrumentos para hacer ventas.
En fin, “los colombianos somos así... ¡y qué!”
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