Jaime
Vejarano Varona
¿… los infantes de Aragón qué se ficieron?
Memoria… memoria…
Estrujo mi archivo memorístico para tratar de ubicar en qué momento
se perdió esa serie de valores que distinguieron a nuestra querida Popayán. ¿Quizá
fue en la fatídica fecha del terremoto de 1983? ¿Habíamos venido decayendo
desde antes? ¿O nuestra ruina se generó con las últimas desastrosas administraciones
locales?
Para empezar, vaya ésta anécdota: En la reciente presentación de
la magnífica obra pictórica del Maestro Álvaro Garzón López, se mostró un video
que se iniciaba con una fotografía de la Plaza de Caldas a comienzos del siglo
XX, cuando frente a la Alcaldía se realizaba un mercado con toldas y caballos;
y llena de enruanados con sombrero de iraca y jigra y todo. Viéndola, toqué el
hombro del Arquitecto Tomás Castrillón Valencia y le pregunté en voz baja: “Sácame de una duda, esa foto es del Popayán
de antes, o del que viene.”?.
Es tal el deterioro que ha sufrido nuestra ciudad y peor aun el
que se avecina, que la respuesta pudo ser: de ambos, del Popayán de ayer y del
que se aproxima.
Pues bien: me puse a rememorar algunos episodios sucedidos en
nuestra ciudad y acudió primero el de la gran Minga convocada por el Gobernador
Edgar Simmonds Pardo para construir un camino de ascenso a las Tres Cruces.
Qué maravillosa muestra de civismo dio la ciudadanía: desde el
señor Arzobispo hasta el último de nuestros coterráneos, pala y pico en mano,
acudieron al llamado; y en dos días se abrió el carreteable. Las más
distinguidas señoras, junto a humildes amas de casa, se encargaron de
ofrecernos entredías y refrescos, así como un suculento almuerzo. Con qué
emoción rememoro ese suceso histórico de civismo.
¡Ah! Qué tiempos, señor don Simón!
Otros episodios de esa Civilidad que continuamente reclama en sus
notas periodísticas nuestro gran amigo Dr. Horacio Dorado Gómez, vinieron a mi
memoria para socorrerme.
Curiosamente casi todos a raíz del terremoto y varios singularmente
protagonizados por tres miembros de una de nuestras más tradicionales y representativas
familias:
Al derrumbarse su casa de la esquina de Santo Domingo, pereció uno
de los hijitos del Doctor Santiago Ayerbe. Ante semejante tragedia familiar, este notable Galeno no tuvo
inconveniente, con su gran dolor a cuestas, de presentarse al Hospital y
dedicar los días enteros subsiguientes a socorrer humanitaria y profesionalmente
a los muchos heridos que clamaban auxilio.
Otrosí, la casa de doña Silvia Ayerbe de Caicedo fue una de las
más perjudicadas por el sismo. Ella fungía como Directora del Museo
Arquidiocesano de Arte Religioso, y en función admirable de su responsabilidad,
olvidándose de lo suyo, se dedicó a organizar el salvamento de las múltiples e
invaluables reliquias que contiene esta notable colección.
Con el desconcierto natural que embargó a la ciudad en la fecha
infausta del Jueves Santo de 1983, una comisión del Municipio se dio a la tarea
de hacer el censo de edificaciones que amenazaban ruina. El diagnóstico casi general
fue: “Demolición Total”. Entre ellas
se determinó que el Teatro Municipal debería ser derruido. Ya se había ubicado
frente a este hemiciclo un gran buldócer para iniciar la demolición, cuando
apareció el Arquitecto Luis Eduardo Ayerbe y parándose en frente de la máquina
dijo que sólo por encima de su humanidad permitiría semejante crimen contra Popayán.
Y, también a causa del sismo, se derrumbó la cúpula de la
Catedral. Algún Arquitecto venido de Bogotá proyectó un domo absurdo para
restituirla. Era tan grande el desacierto de su proyecto, que la ciudadanía
entera lo rechazó y evitó se llevara a cabo tal atropello a nuestra Basílica de
la Asunción.
Y la entrañable Iglesia de San José cuya demolición había
dispuesto la Curia, se salvó “a punta de empanadas”, por un grupo de payaneses,
gracias al liderazgo, la convicción y el denuedo de la esclarecida y bien
recordada dama doña Luz María Álvarez Garcés.
Años después y con la anuencia del Consejo Filial de Monumentos,
presidido por el Arquitecto Álvaro Montilla, se pretendió construir un edificio
-digo mejor- un adefesio totalmente absurdo en su diseño, para la Facultad de
Ciencias Contables de la Universidad del Cauca, y con el liderazgo de una
protesta general que inicié periodísticamente después de presentar mi renuncia
como vocero de la Academia de Historia del Cauca ante ese organismo, en razón
de mi inconformidad, se logró rescindir el inconcebible proyecto arquitectónico
propuesto.
Quizá no debemos olvidar cuando se pretendió conceder la “Alcayata
de Oro” al Rey de España, o de entregarle las “Llaves de la Ciudad” al
acaudalado industrial Ardila Lulle. Ambas resoluciones, totalmente injustificables,
recibieron pleno rechazo ciudadano.
Recientemente, la estatua del General T.C. de Mosquera de una manera
inconsulta e ignorante, fue pintada de color plata. La reacción indignada de
toda la ciudad no se hizo esperar y prontamente hubo de serle restituida la
pátina del tiempo que ennoblecía la escultura.
En la Avenida Panamericana, entrada Norte Popayán, sobre la zona
verde de separación se encuentran, aun sobrevivientes, unos hermosos guayacanes
que exornan maravillosamente la vía. Pues bien como algunos de los “hijos de papi”, en sus borracheras
sabatinas y en la resaca de las madrugadas dominicales, se estrellaban con sus
vehículos contra ellos, ordenaron talarlos, pero se inició un gran movimiento
cívico liderado por la Arquitecta Paisajística Lucy Amparo Bastidas que impidió
se llevase a cabo tan absurda determinación. Y hoy lucen esplendorosamente los
inocentes guayacanes.
En días pasados un grupo de ciudadanos indignados evitó que se
trasladara en carretillas de mano, ¡sabe Dios hacia donde! la biblioteca donada
por la familia Mosquera Wallis y que estaba en la Casa Museo del Prócer cuatro
veces Presidente de la República.
Los anteriores episodios, traídos al azar, nos indican que cuando
la ciudadanía se para de frente con solidaridad y decisión en defensa de sus
intereses, es posible salvar a nuestra amada Popayán.
Me pregunto: ¿dónde estábamos los payaneses cuando permitimos que
nos acabaran con el añorado parquecito de San Francisco? ¿Dónde, cuando nos
desfiguraron el Parque de Caldas y, con ello, la preciosa fisonomía de nuestra
Ciudad? y ¿dónde cuando reutilizaron con fines comerciales la Casa Caldas,
olvidando que se trata de un invaluable monumento histórico Nacional?
Y digo ahora, como lo cantó Rodrigo de Caro ante las ruinas de la Itálica
Famosa: “Qué se fizo el rey don
Juan; los infantes de Aragón que se ficieron” … (Y, para nuestro caso, ¿qué nos
hicimos los popayanejos mientras destruyeron la Ciudad?)
Así debemos clamar hoy ante la ruina que amenaza a nuestra ilustre
Popayán.
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