domingo, 1 de julio de 2012

LA AMISTAD CON DIOS


Por: Pbro. Edwar Gerardo Andrade Rojas
Párroco Iglesia de la Stma. Trinidad - Santander de Quilichao

“Él les dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mt 22, 37)


En la medida en que aumente nuestro conocimiento de Dios, aumenta también nuestro amor. Pero por más que su nombre esté frecuentemente en nuestros labios, Dios está muchas veces fuera de nuestro corazón y demasiado lejos de nuestra vida. Hablamos de Dios como se habla de una idea, pero no le amamos como se ama a una persona; no tenemos inconveniente en reconocerlo como el fundamento absoluto de todas las cosas, pero, a la hora de la verdad, tampoco nos cuesta relegarlo al último lugar en nuestras preferencias y preocupaciones; admitimos de buen agrado que es nuestro Padre, pero nuestra relación con Él, está muy lejos de ser la relación entrañable propia de un hijo. Hoy se ora menos, hay un abandono progresivo de las prácticas sacramentales, y el definitiva, nos relacionamos poco con Dios. Amar a Dios resulta un ideal imposible de cumplir para quien no se relaciona habitualmente con Él y carece de auténticos sentimientos religiosos. Debemos amar a Dios no sólo porque es el Bien Absoluto, sino porque Dios nos ama tal como somos, cada uno con su historia y con su pecado. “En esto consiste el amor; no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados... Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en é. Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Juan 4, 10. 16). El amor a Dios no puede quedar reducido a la intensidad de un momento religioso, ese amor ha de ser llevado a la vida y a las obras.

Nuestra justificación es obra de la gracia de Dios. La gracia es una participación en la vida de Dios. La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: para llegar a ser hijos adoptivos, partícipes de la naturaleza divina, de la vida eterna. El ritmo de nuestra conversión es obra de la gracia. La gracia es la amistad con Dios por medio de su presencia en nuestras vidas, es mantenernos en constante comunicación con Él, quitar el velo de nuestros ojos y reconocer lo que Dios nos pide “Y cuando se convierte al Señor, se arranca el velo. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2 Corintios 3, 16-17). En el Antiguo Testamento hallamos la bondad pura de Dios que ama al pecador y que anhela su conversión y su vida (Leer Ez 18, 21-23). El Antiguo Testamento sólo podía prometer o anticipar aquello que la manifestación viviente y visible de la gracia de Dios en Jesucristo iba a hacer real y definitivo. La gracia vino a nosotros por Jesucristo, en tanto que la ley fue dada por Moisés “Porque la Ley fue dada por medio de Moisés: la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo” (Juan 1, 17). “Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza” (2 Corintios 8,9). En la cruz resplandece la gracia salvadora de Dios. La gracia de Dios la recibimos en nuestro bautismo y aumenta al recibir el bautismo en el Espíritu. La gracia llega cuando dejamos de ser esclavos del pecado y nos dejamos conducir por el Espíritu Santo, haciendo que nuestra conciencia sea más sensible y perciba lo que es de Dios, lo que le agrada y busquemos estar en su voluntad. La gracia solamente puede ser recibida por fe, por lo que San Pablo afirma: “Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios” (Efesios 2, 8-9). Por tanto, ya no vivimos bajo la ley sino bajo la gracia.



LA GRACIA DE DIOS SE PIERDE Si no obedecemos la enseñanza que nuestro Padre Celestial nos da por medio de la Biblia, las predicaciones o las palabras directas “Someteos, pues, a Dios...” (Santiago 4, 7), le decimos NO a Dios y quedamos sometidos a la ley “Porque quien observa toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos. Pues el que dijo: No adulteres dijo también no mates, si no adulteras, pero matas, eres transgresor de la Ley (Santiago 2, 10-11). Si cedemos a la tentación que Satanás pone en nuestro camino  “Después la concupiscencia, cuando ha concebido, da a luz el pecado, y el pecado, una vez consumado, engendra la muerte” (Santiago1, 15). Si cometemos pequeñas faltas que son como obstáculo en el camino hacia Dios los cuales nos impiden avanzar y nos producen tibieza espiritual, por ejemplo: disminuir o evitar nuestros deberes cristianos. Hacer sin agrado las cosas referentes a Dios.  Pensar solo en nosotros mismos y nuestra comodidad. Tener conversaciones ociosas y vanas. No evitar caer en “pecado”, obrar con motivos humanos. En cualquiera de los casos mencionados, Dios nos dejará en libertad, no nos forzará a regresar al buen camino hasta que reconozcamos que no podemos solos. Dios nos ama y deja que suframos las consecuencias de nuestro pecado hasta que decidamos detenernos y no ir por sendas contra su voluntad (Hebreos 12, 5-11). La Palabra de Dios dice: “Poned cuidado en que nadie se vea privado de la gracia de Dios; en que ninguna raíz amarga retoñe ni os turbe y por ella llegue a inficionarse la comunidad” (Hebreos 12, 15).


No hay comentarios:

Publicar un comentario