EN MEDELLÍN LA POESÍA FUE FIESTA Y REGALO
Auditorio CONFIAR - XXII Festival
Internacional de Poesía de Medellín
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Locombiano
Con mi novia
fuimos vestidos de gala al baile de la Poesía que ofreció el XXII Festival Internacional de Poesía
en Medellín. Desde el 23 hasta ayer 30 de junio llegaron como aves migratorias albatros
desde África, Kgositsile, Boudjedra, Ashuntantang, Kidane, Maahlamela, garzas
de ojos rubios de Filipinas, Kazajstán, China, Irak, India, Jordania, gaviotas
de Nueva Zelanda y Australia, una bandada de pájaros salidos de la inmensa Americanía
y una veintena de vistosos sinsontes, mirlas, petirrojos, alondras de la
extensa colombianía.
En los ocho
días del Festival la ciudad y poblaciones vecinas tuvieron 148 sitios en los se
ofrecieron otras tantas actividades en que la Palabra cantaba y bailaba ante
ojos y sensaciones en boca de talleristas, performers, poetas y
conferenciantes.
La Bella
Villa en otras oportunidades saca a relucir el tango, las flores, los coros,
artesanías, alimentos o la moda. En esta semana desfilaron por la pasarela
poetisas y poetas de todos los colores y tonos. Oímos al bogotano Larry Mejía,
el griego Dinos Siotis, a la italiana Dacia Maraini, al panameño Javier Alvarado,
a la peruana Dida Aguirre, a la filipina Mookie Katigbak, al wayúu Vito
Apúshana, al nigeriano Chris Abani, al jamaiquino Malachi Smith, al colombiano,
Luis Eduardo Rendón, al peruano Arturo Corcuera*, al surafricano David wa
Maahlamela*, a la búlgara Dostena Lavergne* y al boyacense Jorge Torres Medina.
El lenguaje
contestatario, la voz tierna y la palabra dulce, el canto del raeggae, el grito
hondo y soul africano, los versos sencillos del quehacer cotidiano pasaron por
la palestra. La poesía evoca, toca las fibras internas, golpea las puertas y
calma la pena. Cada joven, niño o persona mayor encontró el botón para su ojal
y la flor para su jardín.
El cubano Leymen
Pérez dio una conferencia sobre poesía como expresión de síntesis, imagen y
símbolo y dejó una caja de poemas frescos de todos los tallerados.
A las cuatro
de la tarde en el Teatro al aire libre Carlos Vieco del Cerro Nutibara, hito
más alto de la simbología de Medellín, una multitud de ojos y palmas
despidieron las 50 voces que hicieron el
honor de cerrar esta fiesta de imágenes y mundos fuertes y leves. Serán pocos
los elogios al esfuerzo de un grupo que a codazos y corazonadas, contra viento
y crítica adversa ha lanzado la bandada de cometas locas y cuerdas que dejaron
ver su cabellera en la ciudad de las Flores y la Primavera eterna.
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instituciones privadas y públicas apoyaron a la vasta organización que preparó el
evento y puso su empeño en la puntualidad, presentación de personajes, arreglo
de los sitios y comodidad de los asistentes. Vaya una voz de felicitación y
agradecimiento a cooperativas, casas de cultura, empresas de transporte,
bancos, centros comerciales, embajadas, alcaldías, universidades, medios de
comunicación, que apoyaron económicamente al Festival y permitieron que
gozáramos todos de esta fiesta de letras, juegos de imágenes y fabulaciones.
La Poesía es
un instrumento de paz, cohesión social, de renovación interior y es fuerza para
el cambio de paradigmas y prejuicios. Gracias, Poesía, palabra y voz y signo de
luz y esperanza.
FÁBULA DEL HIPOPÓTAMO Y EL CISNE,
COMPAÑEROS DE VIAJE EN EL ARCA.
El hipopótamo lo observa todo con curiosidad de recién
llegado. Vino de Harlem en mi valija. Pesaba duro
su corazón de ébano.
Lo hallé una noche en la jungla de un mercadillo africano
en plena luz del día.
En el dintel de la chimenea, su nuevo hábitat, se yergue
fornido, macizo, se sabe temido y poderoso.
No se le escapa nada al hipopótamo. Lo examina todo.
Mira a sus vecinos con arrogancia:
al caballo con alas color naranja
al pez de Solentiname verdeamarillo de cola celeste,
a la cebra que en su reposo asoma a verlo sin darle la
molestia de levantar la persiana,
al gallo picoteando los granos de maíz de las primeras
estrellas de la aurora
al cuervo de curvado pico que no deja de mirarle
los ojos al jamelgo de marmolina con crines de oro.
Y al perro azul de cielo estrellado en el pecho,
guardián de la noche.
Dos felinos, tigre y gato, fingen de centinelas, espían,
y transmiten a la luna lo que oyen desplegando la antena
de su cola erizada.
Solo el hipopótamo atisba al cisne con desconfianza,
siente que lo desprecia por haber nacido en cuna de barro.
Arturo Corcuera, Perú, 1935.
01-07-12 11:02 a.m.
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