CASANDRA, MADRE DE LOS ESCRITORES
Por Leopoldo de
Quevedo y Monroy
Loco-mbiano
“Los relatos siguen ofreciendo a sus
lectores otras
ciudades imaginarias cuyos ideales
probablemente
contradirán o subvertirán los de la
República oficial.”
Alberto Manguel.*
Cada
página del libro La ciudad de las
palabras del argentino-canadiense Alberto Manguel que estoy leyendo, es una
lección de sabiduría. Va, entreparafraseando y caminando por entre laberintos
luminosos por autores y mitos como se viajaría a un paraíso de palabras y de
sombras idas que exhalan el aroma de historias de tristezas y utopías.
No
he culminado el primer capítulo. Es denso, que no es lo mismo que sinuoso o
pesado. No. Manguel va llevando al lector de la lengua casi, como del cabestro
el jinete. Y con facilidad uno se deja conducir. Montado en su grupa puede uno
ver como por sus ojos, los hallazgos que él ha ido encontrando en sus lecturas
y va oyendo quedo y claro los comentarios de hondura con que los sazona.
Ya
iba en la página 34 de este primer capítulo que se titula La voz de Casandra y no había hecho referencia a este personaje de
nombre sonoro y sugestivo. Cassandra, “que ilumina a los hombres” o hermana de los hombres. Hija de Hécuba y
Príamo, reyes de Troya, recibió de Apolo el don de la profecía. A cambio de
halagos amorosos a los que se negó Casandra, Apolo la escupió en la boca y la
condenó a que todo lo que predijera nadie le creería, como sucedió con sus
repetidos anuncios de que Troya sería destruida por un caballo de madera.
Manguel
sigue discurriendo con el lector y matizando su camino con emocionantes trozos
para demostrar que siempre los poetas y escritores han sido considerados como hacedores de una sociedad que nadie
entiende. Platón hablando por Sócrates dice que los poetas no caben en la
sociedad griega, modelo de las civilizadas, cuadradas y/o circulares como las
españolas o francesas. Categorizadas, diseñadas para que las castas convivan
sin mezclarse. Con un centro eminente a donde confluye como su eje, el
sacerdocio, los militares y en la periferia el pueblo. Los poetas, hacedores de
utopías, no caben, deben irse a sus reinos de la fantasía.
Los
poetas, los escritores, los novelistas, los guionistas de cine, fabulan, crean
nuevos paisajes, lugares, - como Macondo
-, estados, situaciones, - como en La
ceguera -, en donde viven a su modo seres impensados – como en Avatar - y suceden hechos sorprendentes
nunca antes soñados. Ellos los imaginan, los describen y hacen de cuenta que
allí es un refugio, un edén o muestran infiernos de deleites o bacanales o
atardeceres plácidos o placeres sádicos.
Los
poetas cantan proezas épicas, luchas de libertad, con trompetas de juventud,
alas de viento y diademas de laurel. Sueñan con ríos de nácar, gacelas de piel
de mujer, hombres de otros planetas, espadas clavadas en piedra de donde solo
el amor las puede domeñar. Al escribir buscan salvarse del odio, la guerra, la
fachenda. Y ofrecen a la sociedad de su tiempo nuevos modos de hacer frente a
las cadenas que los atan, a la invasión de su intimidad y de huir, sin que
nadie lo note, de la banalidad y el conformismo.
Por
supuesto esto no lo toleran mentes prudentes, no lo entienden quienes gozan
empuñando el poder y expiden leyes que coartan salirse de los cauces que ellos
trazan. Sus moldes son férreos, controlan la conducta de la masa y castigan a
quienes infringen su voluntad soberana. No los entiende el aparato comercial en
que solo vale el metal, el oro, la ganancia del más fuerte.
Sí.
Los escritores siempre seremos seres incomprendidos. Decimos, hacemos posible
una visión diferente de las cosas, parece que fabuláramos y habláramos en
clave. Y cuando alguien nos lee se ríe, o a lo más, dirá que el lenguaje es
fino y rico, o con efectos muy bien logrados, que lo entretenemos. No cree la
masa que estamos lanzando profecías de verdades sobre la escueta y crasa
realidad.
* MANGUEL, Alberto. La ciudad de las palabras.
Traducción de Carmen Criado Fernández. Madrid: Del nuevo Extremo. 2010, Pág. 41
27-10-12
11:58 a.m.
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