martes, 30 de octubre de 2012

Valentina


Gloria Cepeda Vargas

Así, con el solo nombre de pila la nombrábamos sus amigos. Única entre todas las Valentinas que he topado, era Valentina Marulanda Mejía, nacida en Manizales en 1950 y residente en Caracas desde hace treinta y un años.

Cuando la conocí trabajaba en la Biblioteca Nacional donde se hizo imprescindible el aporte rendido por su creatividad y dotes innovadoras. Luego ejercería el cargo de directora del CONAC (Consejo Nacional de la Cultura), institución rectora del movimiento cultural en la Venezuela de entonces. Nelson Rivera, editor de “El Nacional”, donde se destacó como colaboradora del Papel Literario, en su edición del viernes 12 de octubre la recuerda: “Ella se dedicó a uno de los oficios más sofisticados y complejos que hay en el mundo: pensar la música y desde ese punto de vista fue una intelectual muy solitaria y peculiar en Venezuela. Pocos han alcanzado su nivel de abstracción y la exigencia que eso supone. Era un ángel en nuestra cultura amén de su refinamiento y su belleza”. Melómana y musicóloga de vasto conocimiento, un código armonioso le reveló sus secretos y la acogió en ese espacio donde el estudio y la sensibilidad se unen para rastrear la historia del equilibrio y la belleza del sonido.

http://www.lapatria.com
Esposa del escritor y poeta Alfredo Chacón y madre de Manuela. Periodista, editora, gerente cultural, docente, productora independiente de radio, conducía el programa radial La Nota Clásica que presentaba los sábados por la mañana en la emisora 97.7 FM. Licenciada en Filosofía y Letras de la Universidad de Caldas, adquirió una Maestría en Estética y un Doctorado en Filosofía del Arte y la Cultura en la Sorbona de París. En el 2004 publicó “Primera vista y otros sentidos” y al año siguiente la prestigiosa Universidad Simón Bolívar de Caracas le editó “La razón melódica: filosofía, música y lenguaje”, ensayo finalista en el Concurso Anual Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana, donde sus vastos conocimientos humanísticos y musicales fulgen con esplendor.

Parca y aristocrática, fue una artista del intelecto y el espíritu, una señora del silencio productivo. En el bullicio que rodeaba los militantes de las letras y el arte en Venezuela, se hizo oír sin alzar la voz, respetar sin objeciones vanas, recordar con admiración.

Vinculada al movimiento cultural de este país, aun antes de residir en Caracas, se movía con igual soltura y lucidez tanto en Colombia como en Venezuela. Aspiró con fruición las cosas nobles y bellas de la vida con la naturalidad de quien se reconoce en ellas. Pulcra es tal vez el adjetivo que mejor la define, no en la connotación meramente aséptica de esa palabra a veces usada de manera improcedente. No hubo en ella ni atildamientos ni prolijidades de ocasión. Desde temprano entendió lo valioso de la abstracción traducida en disciplinas incorpóreas como la música y la filosofía y se hizo inolvidable en el ejercicio de una escritura rigurosamente cultivada.

De su Manizales natal se trajo ese aire limpio mensajero de un mundo exclusivo, de un laberinto de palabras melódicas o melodías parlantes que la hicieron suya y le marcaron el camino. Para acercarla ahora que nos mira de lejos ¿Podríamos decir, sin caer en ponderaciones infundadas, que era un ser superior, una mujer con clase, una intelectual plena? Eso sería definirla a medias. Valentina Marulanda Mejía fue, más allá de la urdimbre sencilla y original que la enlucía, una emisaria fugaz de lo que tarde o temprano aprehenderemos como único recurso para convertir el misterio en realidad salvadora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario