Reinel Gutiérrez
Como si a Colombia le faltara drama, ahora se retransmite un viejo
programa internacional dedicado a todas las emociones negativas del ser humano,
como la intriga, la envidia, el odio, los celos, la traición, el engaño, la
ira, la violencia, el llanto, el resentimiento, el desespero, y la
desesperanza.
A este espacio ninguno puede ir en actitud alegre, pues el
requisito es entrar llorando, con gestos de sicario, o de miedo. En nuestro país
hay muchas vicisitudes, por la desigualdad social manifestada en el desempleo,
la falta de salud, de trabajo, educación, y la constante violencia que deja
niños, jóvenes, adultos y ancianos muertos, o también soldados llorando.
Para completar el dantesco horizonte, llega la Señorita Laura, con
su sarta de casos desesperantes y angustiosos, aumentando así el estado
nervioso de los colombianos. Es tanta la -lloradera-, que ya muchos receptores
modernos se están dañando por la humedad que producen las lágrimas.
Se dice que la televisión es para gente bonita, pero los que allí
aparecen además de sufrir las inclemencias de la vida, deben de tener cara
dura, de sufrimiento, y si presentan moretones, mucho mejor. No son agraciadas
muchachas, sino jovencitas de lenguaje fuerte, o suegras de fortaleza y musculatura,
o señores revestidos de exagerado machismo.
Pero parece que los colombianos padecen de masoquismo, pues además
de sufrir en piel propia las desavenencias, quieren disfrutar con las de otros.
Es insólito, pero parece ser que cosas así son las que venden, que
dan pauta, y además son de buen recibo entre el público. Es una estrategia
socio-dramática, y aquí no estamos haciendo cuestionamientos de fondo, ni menos
dudando de los votos de castidad de la Señorita Laura.
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