Parece que Piedad Córdoba es el “chivo
expiatorio” de todo lo malo que pasa en Colombia. Título honorífico, no
explícito, que otorgan los grupos de poder a una persona para endilgarle la
culpa o responsabilidad de lo malo, lo feo, lo raro, lo extraño y hasta lo
vergonzante que sucede en el país. Fidel Castro, Gadafi, Osama Bin Laden, etc.,
lo han sido para Estados Unidos. La Farc, el Congreso, la prensa, los
paramilitares, y por supuesto, Piedad Córdoba, han servido de chivos
expiatorios para acusar alguien, para confundir, cuando por desconcierto, no se
sabe a quién señalar de lo que pasa en Colombia.
Piedad es mujer, es negra, es de
izquierda, es feminista, es bulliciosa, es crítica, tiene posiciones políticas
encontradas; pero además, es amiga dicen, de la guerrilla, y arenga a los
negros y a los indios por igual en contra del gobierno. Y por eso es amada y
odiada. Una figura así, tan polémica, es perfecta para ‘libretiarle’ novelas
amarillistas y desviar la atención de los temas importantes del país.
El papel de Piedad, como chivo
expiatorio, por ingrato que sea, ha sido clave en el escenario político y
educativo nacional. Cada nueva pelotera de la Negra, ha permitido desnudar el
alma nacional para confrontar al colombiano promedio en el espejo. Así nos
dimos cuenta, por ejemplo, que somos un pueblo al que le falta mucha educación
cívica, que somos unos completos ignorantes en asuntos de política, que somos
sensibleros, y que a la mayoría nos manipula la televisión.
Gracias a Piedad sabemos a
ciencia cierta que somos un país racista, machista, hipócrita, intolerante,
manipulado por la televisión, y polarizado entre derechistas e izquierdistas.
Pero también gracias a ella, que se la juega todo por sus creencias, nos gusten
o no, sabemos que vivimos en un país democrático. Una democracia con una
Constitución, que permite el disenso y la libertad de expresión, y que vivimos
en un país donde nadie puede ser condenado por pensar distinto al poder
imperante.
Piedad ha pagado caro sus
osadías. Sus declaraciones políticamente incorrectas, la han convertido en
blanco de odios y broncas. Como sea, ciertos grupos políticos, cuando les
conviene, le prestan más atención de la que necesita para convertirla siempre
en la mala del paseo. Pero ojo, cada ‘rifi rafe’ entre ella y sus opositores no
siempre salen como se planea, y nosotros como espectadores, desde la barrera,
vamos aprendiendo la necesidad urgente de una mejor educación política.
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Marco Antonio Valencia Calle
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