martes, 22 de enero de 2013



SÍ, SU REVERENCIA, SEÑOR GOBIERNO


Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Loco-mbiano

"¿Seremos, por fin, libres?,
¿Habremos adquirido este don precioso solo para perderlo?
 ¿Qué dirá el mundo de nosotros?
Tengamos vergüenza".
Antonio Nariño*

Desde los tiempos faraónicos se llegaba ante la autoridad que se decía venía avalada por la divinidad respectiva de las regiones. Ante el gobernante, llamárase dios, faraón, emperador, usía, regente, jeque, tirano, califa, rey o presidente, había que llegar casi de rodillas, sin sombrero y con los pies descalzos.

Así lo narra la biblia, a la que también, como libro sagrado, había que denominarla santa. Moisés debió acercarse a la zarza ardiente, como esas que venden en almacenes sin quemar ni consumirse, sin zapatillas o sandalias. No era digno siquiera de pisar esa tierra porque los terrenos aledaños a la autoridad también eran sagrados.

Los esclavos en la Nueva Granada, hasta comienzos del siglo 19 en las haciendas, debían llamar al párroco y a los dueños con el nombre de amitos, en diminutivo, como señal de pleitesía y humillamiento.

Esta aberrante costumbre y no urbana no se ha borrado de la boca y las conciencias de los hombres que la Revolución francesa en 1799 llamó libres y acabó con la guillotina. En nuestra tierra Antonio Nariño, precursor de los derechos del hombre, fue encarcelado por publicarlos en su periódico La Bagatela. Tiempos de terror.

Astete en su catecismo y Carreño en la Urbanidad dejaron escrita esta deplorable norma. Que había que tocar a la puerta de los funcionarios para poder exigir el cumplimiento de la ley. En el comienzo de los derechos petición y de los escritos de las demandas, nuestros rábulas modernos inician aún con la manida frase “con todo comedimiento”. Comedimiento es prudencia, acatamiento por adelantado, suma reverencia y respeto a la voluntad soberana.

Afortunadamente, el siglo de las luces llegó y nos quitó la venda. Todos somos iguales ante la constitución y la ley y desde el ciudadano presidente hacia abajo, todos las deben cumplir. Es su deber y obligación. Es su oficio. No debemos temer a un amo.

Daniel Quintero Calle dice* que con todo respeto solicitará al alto gobierno que no deje llegar el mes de mayo sin hacer cumplir lo determinado por la Corte Constitucional sobre las licencias mineras que en esa fecha quedarán listas para prorrogarse casi por otro medio siglo.

Señor Quintero: lo acompañamos en su petición que hace a nombre de todos los colombianos. Por favor, no se arrodille ni bese el anillo para exigir lo que manda la Constitución, en varias formas, acerca del ambiente.


Si es necesario, hay que salir a la Calle, señor Quintero. Hagamos valer su apellido tan familiar a nosotros. No hay por qué agachar la cola para pedir nuestros derechos de segunda generación. Aunque el presidente tenga el apellido Santos. Ya sabemos que el Congreso por si mismo favorece a sus amigotes y no moverá un dedo por los montes, ni por la tierra, ni le interesa el desplazamiento que estos permisos complacientes causan.

El antiguo Código minero es un exabrupto, un raponazo que hace legal la entrega a consorcios y la devastación de nuestro territorio y el perjuicio de las gentes que secularmente vivían en paz y gozando del paisaje con ríos, fauna y flora. Estamos viendo en periódicos, en la TV, en youtube, los desastres en toda la geografía colombiana de lagunas, humedales, islas, parques naturales, playas marinas, desviación del Río Madre en el Huila.

21-01-13                         5:12 p.m.

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