miércoles, 23 de enero de 2013

REFLEXIONES ACERCA DE LA PAZ


Jorge Muñoz Fernández

Si no hago nada por los demás ¿qué valgo?
Gandhi

El fin de la tregua unilateral de las FARC no puede significar el regreso al terrorismo ciego, atascado en acciones irracionales, como si la guerrilla estuviera en el punto cero de la querella política, sin reconocimiento alguno, cosa que no ocurre en el momento, en que el Estado y la comunidad internacional le han concedido estatus de actor político en la sociedad colombiana.

Terrorismo en medio del diálogo representa cero convivencia con el Estado, con el que, precisamente, se dialoga; simboliza no aceptar ninguna regla de juego; encarna arruinar la tolerancia alcanzable por la vía del diálogo y coloca en la escena política una manera violenta de rechazar las conversaciones pactadas, así se haya acordado dialogar “en medio del conflicto”.

Lo evidente, así lo descarte el Estado, es que el terrorismo no tiene solución militar, como si la tendría una guerra de movimientos y posiciones, una guerra regular, que no es ni ha sido el caso del conflicto colombiano en su desarrollo histórico.

Copar el espacio político con acciones extremistas es aventurado y riesgoso, y puede significar que el gobierno se levante de la mesa, quedando la guerrilla en un estado de confinamiento político en Cuba, en condiciones delicadas diplomática y políticamente para la Isla.

Si la política es la puesta en escena de los intereses opuestos, la pragmática de gerencia, conducción y manejo del conflicto, las coincidencias sustanciales o metodológicas, “lo político” también está en juego, y es allí donde la lógica del diálogo no puede demostrar, para ninguno de los actores, que no haya imaginación y contenidos, como voluntad política y voluntad orgánica para superar las crisis, pues es en la esfera de “lo político” donde las partes pueden traspasar los umbrales escabrosos de los análisis técnico-procedimentales para el logro de una cese al fuego bilateral, ampliar la democracia participativa, el espacio de los público y el protagonismo de la sociedad civil.

Hay que jugarle al desmontaje de todo acto terrorista, bien tenga su origen en los sublevados, en el seno fanático y delirante de los enemigos del proceso y del propio Estado, no ajeno a la guerra sin regulación y control a lo largo de los sesenta años de confrontación irracional y fratricida.

En un modelo societal como el colombiano, con fuertes dispositivos de exclusión, donde la igualdad social se encuentra gravemente comprometida y el modelo político es generador, sistemáticamente, de iniquidades sociales, la cuestión de la paz tiene un compromiso moral de primer orden, en el que se deslegitime la violencia estructural para erradicarla.

Ojalá, a la vuelta de poco tiempo, aparezca la señal inequívoca del fin de la violencia política confrontacional, para el feliz advenimiento de la paz, en una perspectiva que nos conduzca a pensar, como lo plantea Francisco Jiménez Bautista, del Instituto de la Paz y los Conflictos de la Universidad de Granada, España, “…que lo ordinario es la paz y los extraordinario la violencia, los conflictos; pero al acumularse los extraordinario…, se invierte la relación, y lo extraordinario, a saber, la violencia… se convierte en lo ordinario y el orden pacífico queda por fuera de consideraciones…”, haciendo énfasis en que es necesario “reducir la violencia cultural, a partir de una nueva redefinición de la política, de la economía (del mercado que nos impone el sistema capitalista con la globalización), de la educación… para que nos ayude a realizar una educación limpia y transparente y nos enseñe a pensar…”

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