Lunes 15 de octubre, 2012
De: Mario Pachajoa Burbano
Amigos:
José María Samper Agudelo, (1828 - 1888), humanista,
literato, periodista y político colombiano, describe al Libertador Simón Bolívar
en este aparte de su obra: "Apuntamientos para la historia política y
social de la Nueva Granada".
Cordialmente,
**
APUNTAMIENTOS PARA LA HISTORIA POLITICA Y SOCIAL DE LA NUEVA
GRANADA
POR: JOSE MARIA SAMPER, 1853
¿Cuál es la opinión que la posteridad debe formular acerca de
Bolívar?
Detengámonos algunos momentos para meditar en el mérito de ese
hombre extraordinario.
Bolívar jamás fue republicano. Sus ideas políticas, formuladas
primero en su proyecto de constitución presentado al Congreso de Angostura y a
la Convención de Cúcuta, y posteriormente en el código boliviano, carecían de
todo contacto con las altas inspiraciones de la democracia. Se recordará que en
1810 no quiso entrar en la revolución de Venezuela, porque vio en ella
tendencias hacia las instituciones de los Estados Unidos. Si fue patriota en
algunas ocasiones, jamás se resolvió a ser demócrata.
Muy adelantado para una monarquía europea por sus ideas de
gobierno, Bolívar fue demasiado pequeño para la democracia. Si pudo haber
desempeñado con gloria el papel de un gran capitán, era incapaz para acomodarse
a la modesta condición del ciudadano.
Sobrado ambicioso para ser súbdito, escaso para ser conquistador;
ni fue completamente grande ni enteramente mediocre. Él tuvo la pequeñez de la
grandeza, o la grandeza de la pequeñez.
Nacido en Europa, en el seno de una aristocracia caballeresca o de
una revolución transitoria, él habría podido ser más que un Turenne, un Condé o
un Ney, casi un Napoleón; pero en Colombia, donde era necesario ser demócrata
para ser grande, él debía quedarse atrás de todos los espíritus elevados.
Bolívar vivió en una época muy adelantada para él. El tiempo le
había dejado atrás desde la cuna. Hombre de fecunda imaginación, de
entendimiento rápido y brillante, de admirable sagacidad para conocer a los
hombres, de genio militar nada común, de valor moral y de indomable constancia
en sus propósitos, Bolívar fue al mismo tiempo orador elocuente, poeta, héroe,
revolucionario y mandarín: jamás hombre de Estado, filósofo ni legislador.
Capaz de ser un potentado militar, era poco, para ser buen
ciudadano. La ambición era su fuerte; la vanidad su debilidad. Esas dos
pasiones se disputaron exclusivamente su corazón. Pero ellas jamás fecundizan
el alma: su fuego es tan caliente que seca las fibras del sentimiento y apaga
la luz vivificante del espíritu. La ambición de Bolívar era demasiado extensa
para caber en el modesto teatro de Colombia. Ella le precipitó en sus delirios
y lo perdió en la opinión del pueblo y en la memoria de la posteridad.
Con más talento, audacia y valor que Washington, estuvo muy
distante de parecerse a ese virtuoso fundador de la democracia americana. Es
que Bolívar sabia mandar pero no obedecer, y más militar que hombre del pueblo,
creyéndose en campaña siempre, no pudo acomodarse jamás a la austera
subordinación del republicano.
Bolívar no fue sino entre el humo de la pólvora, y cómo esos
peñascos escarpados que sienten su cabeza azotada por el huracán en las
regiones del águila, la tempestad del combate era su elemento necesario. Fecundo
en presencia del enemigo, su genio languidecía delante del pueblo. Invencible
con la espada en la mano, se sentía embarazado ante la majestad de la ley.
Para él, era más poderosa la sangrienta soberanía del cañón, que
la voluntad de la opinión; y una onza de plomo valía a sus ojos más que una
papeleta conteniendo un sufragio. Carecía de genio político y desconocía la
importancia de la ciencia social.
Demasiado soberbio para resignarse a ser el hijo del pueblo, no
quiso ser sino su rival. Como Napoleón, que pretendía borrar del Diccionario la
palabra imposible, Bolívar desconoció siempre en el suyo la palabra obediencia.
Resistiendo aceptar los acontecimientos y las decepciones, perdió
la ocasión de rehabilitar su memoria. Si Bolívar se hubiera resignado al
ostracismo voluntario en 1828, y aun en 1830, él habría encontrado en Europa la
admiración por sus hazañas y en breve, Colombia, que era generosa porque era
demócrata, le habría perdonado.
Pero Bolívar, si tuvo el heroísmo de la constancia, no tuvo el de
la resignación.
Hombre del pasado por sus ideas, desconoció las inspiraciones que
le mostraba el porvenir. El olvidó que los acontecimientos se suceden con la
rapidez de la sangre que circula en las arterias de la sociedad. Creyendo que
la humanidad se detenía, se detuvo cuando ella andaba más ligero. No se acordó
de que la civilización es un raudal que fecundando todas las campiñas no cesa
en su curso sino para perderse en el Océano infinito del tiempo.
Bolívar no tuvo siquiera la fortuna de caer y de morir
gloriosamente. Si él hubiera sucumbido como Ricaurte o Girardot, como Caldas o
Camilo Torres, habría conquistado la inmortalidad de la virtud. Muy poco
resignado para sufrir la suerte de Arístides o imitar a Cincinato, tuvo miedo
de morir como César. -Napoleón no fue verdaderamente grande sino en Santa
Elena. Bolívar no quiso serlo ni en San Pedro. Terrible y lleno de inspiración
en la batalla, fue tan imprevisivo en el poder, como poco filósofo en la
adversidad. Más decidido por Macchiavello que por Juan Jacobo Rousseau, Bolívar
no pudo adelantar jamás en la escuela práctica de la libertad. Ni comprendió el
espíritu de su siglo ni el mecanismo de su propia obra. La revolución francesa
era para él un vértigo, un delirio; la americana un fenómeno transitorio; la
colombiana una tempestad. Ninguna de ellas le pareció una idea, una doctrina o
un apostolado.
Pero es necesario confesar que en los primeros tiempos de la
Revolución, Bolívar fue patriota, y que nunca en el peligro, dejó de ser héroe.
Si bien fue precedido y apoyado por los pueblos y por tantos valientes
capitanes, él tiene derecho a una gran parte de la gloria conquistada en la
emancipación del continente colombiano. La independencia le debe mucho: la
libertad nada, la primera le debe una inmensa gratitud y la corona de la
inmortalidad. La segunda, sino una maldición, al menos el olvido…
Bolívar murió dejando a Colombia despedazada por las facciones,
militarizada y desmoralizada. Todavía mas: murió dejándola huérfana por culpa
de él, de tres de los mas grandes capitanes de la independencia.
En poco tiempo Santander, Córdova, Sucre y Bolívar habían
desaparecido. Santander, el primer hombre de Estado que Colombia ha tenido,
arrojado a la proscripción por las pasiones de Bolívar; Córdova sepultado en la
tumba del heroísmo por el absolutismo de Bolívar; Sucre, asesinado por la
connivencia de uno de los agentes de Bolívar; y este, condenado a la adversidad
por el pueblo irritado por Bolívar mismo!
¡Tal es la obra de la ambición! ¡A cuán deplorables consecuencias
conduce la falta de virtud y abnegación! ...
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario