viernes, 19 de octubre de 2012

HIPOCRESÍA PÚBLICA: TERCERO EN CONCORDIA



Por J.C.E.

Modestos erasmistas consumados, RVQ y DM en esta conversación refuerzan una convicción antiquísima, cuya vejez no le ha quitado lozanía: del fanatismo, de la turbulencia, de la violencia irracional se alimentan siempre intereses inhumanos que solo los espíritus serenos perciben.

El grueso de la humanidad da la impresión de que, en cualquier época, pareciera vivir siempre fuera de sí misma, ansiosa de ser conducida, sin que importe la ruindad o bajeza de la meta. Esta indiferencia de las grandes masas por la naturaleza intrínseca y real de una conquista social, es interpretable como un olvido de si: una irreflexión. Fuerza ciega, la masa renuncia a ser y nada más quiere tener.

Reflexionar implica dejar las manos en el vacío, quietas, y presionar al espíritu para que proporcione si nó respuestas, al menos conjeturas. Las masas nada saben del pensamiento nacido en aguas tranquilas, y requieren de la agitación porque su naturaleza es el hacer, donde el músculo no duerme ni la ambición descansa.

Meterse adentro de la piel es doloroso, porque se encienden ciertas batallas contra sí mismo: actos injustos pretéritos que laceran como martillos persistentes, ideas adoradas que al primer repaso se desploman; momentos de estupidez, necedad y desatino que se odian, caída inevitable en el juicio interior de la conciencia; en fin, realidades tremendas del mar ignoto íntimo, que exigen ser miradas, en un cara a cara que escuece y escalda los tejidos más sensibles del corazón.

De ahí que los verdaderos héroes, los auténticos capitanes que pare de vez en cuando la humanidad, terminen crucificados: se autoconocen y saben lo que quieren, y de sobra distinguen lo requerido por las muchedumbres. En consecuencia, prefieren inmolarse antes que sacrificar a nadie.

Queda como un lastre en el fondo de nuestras cogitaciones el héroe ingenuo, una especie de marioneta que ignora la manipulación de sus verdugos. Se limita a creer en consignas y a alimentar alguna promesa de futuro bienestar personal.

¿Cuándo la conciencia popular estará, pues, madura para dirigirse a sí misma sin sacrificar a sus semejantes? ¿Cuándo ha de advenir una democracia que no esté abonada con sangre? Cuando al menos la mitad más uno de los siete mil millones de habitantes de nuestro reaccionario planeta entiendan y ejerzan el autocontrol. Aparte de utópica, suena arrogante una afirmación desproporcionada como ésta. Erasmo la soñó, porque la había aprendido de Tomás Moro, que venía de la Edad Media. Para Cervantes, estoico, senequista y erasmista como ninguno, ésta era su verdad de acero, y por eso no la puso en boca del Quijote, sino de Sancho:

“—Abre los brazos, deseada patria, y recibe bien a tu hijo Sancho Panza, que si bien no viene vencedor de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo, que es el mayor vencimiento que desearse puede, según me lo ha dicho mi señor, Don Quijote”.

El héroe, ese sí héroe de Lepanto, sentenciando con profunda melancolía, nos advirtió que cuando el pueblo raso tenga conciencia de estas verdades, entonces y sólo entonces, acaso comience la nueva Arcadia para la humanidad.

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RVQ: La victoria sobre sí mismo, la que se logra en silencio, sin pantalla social ni capitulaciones ante la bulla, la fama y la apariencia, praxis íntima, inalienable y auténtica, quizá da a unos pocos el aliento para seguir marginándose de toda la comedia humana donde las máscaras pugnan sin conseguir final. Una paz, un destino iluminado, nunca vendrá ni al final de la historia, como creen muchos de manera ingenua. Mientras tanto, ahondar en la reflexión serena, independiente y sin marca, será la bandera que pocos guardan en su intimidad, porque no es apta para ondear entre las multitudes.

Gracias, maestro Julio, por su discurso aclaratorio. RVQ

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