Marco
Antonio Valencia Calle
Hace una semana anunciaron el premio Nobel de Medicina, premio que
no tiene tanta prensa como el de Literatura, ni es tan discutido como el de la
Paz. En la primera rueda de prensa que ofreció el galardonado por sus
investigaciones sobre la clonación, con el reconocimiento de ser una de las
mentes más brillantes de nuestro tiempo, el británico Sir John Gurdon puso
sobre el escritorio una nota enmarcada y guardada desde hace 64 años, donde su
profesor de biología afirmaba algo así como que: “el señor Gurdon es demasiado
estúpido para las ciencias”.
Pueda que hoy muchos lectores de esta columna tengan recuerdos
ingratos de educadores que les quebraron los sueños en un llamado a la
exigencia; pero como a Gurdon, en la mayoría de casos, los regaños de un
maestro en vez de querer anular a un estudiante, buscan estimular un espíritu
retándolo a demostrar la fuerza de su inteligencia. Pero muchos no lo entienden
así. La mediocridad es fácil.
Por eso se aplaude la decisión del gobierno colombiano de meterse
con todo para la transformación de la educación. La convocatoria a concursos de
méritos para ingresar a la carrera docente con exámenes periódicos que obligan
a los maestros a leer y estudiar para ascender en su nivel académico, es lo
mejor que ha pasado. Porque en la medida que tengamos maestros buenos,
tendremos sociedades mejores.
Se aplaude también, entre muchísimas otras iniciativas, la
aplicación de las pruebas Saber en todos los niveles de la educación. El empeño
para que todas las instituciones tengan computadores y conexión a internet. La
exigencia de una segunda lengua para graduarse en la universidad. La
internacionalización de la educación con becas a través de Colfuturo y el
Icetex. Medidas estas que si son aplicadas con rigor y compromiso, nos permitirán
tener un país mejor calificado en pocos años. Hemos entendido que el desarrollo
económico pasa primero por el desarrollo intelectual de los ciudadanos desde el
preescolar.
David Shenk, autor del libro “El genio dentro de nosotros mismos”,
logró desvirtuar la creencia de que los genios nacen predestinados por la
genética. De manera científica demostró que los atributos de personalidad e
inteligencia de los superdotados solo se desarrollan con la interacción social
adecuada, y no es un asunto innato. Es decir, que los genes solo se activan
mediante el estímulo de padres de familia interesados, y docentes capacitados
para desarrollar las competencias esenciales de cada niño. El coeficiente
intelectual y la mediocridad no están tallados en piedra, y los seres humanos
evolucionan con profesores adecuados, que exijan el compromiso adecuado.
Necesitamos maestros que enseñen auto-disciplina, que logren
motivar a sus estudiantes a esforzarse, a trabajar más duro. Si el desarrollo
de la inteligencia fuera fácil, todo el mundo con ir a la escuela se
convertiría en genio. Pero no, la cosa no es fácil. Por eso, ser maestro es más
que dictar una clase y todo el mundo no puede ser maestro por más doctor que
sea.
Humberto Maturana dice que, de cada 30 estudiantes sentado en un
aula, uno de ellos será protagonista social, y como no se sabe cuál es, a todos
hay que exigirles trabajo duro, y tratarlos con el respeto que se merecen.
(Contactos para conferencias: valenciacalle@yahoo.com)
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Antonio Valencia Calle
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