sábado, 15 de diciembre de 2012

¿Tragedia o sainete?


Gloria Cepeda Vargas

El enrarecido clima político del país amerita seguimiento. La enfermedad del presidente relampaguea sobre las angustias y expectativas cotidianas. Vivir estos días en Venezuela significa padecerlos. Lo dice el viraje amenazante que planea sobre directrices elementales y sagradas  de la vida.

Desde que Chávez viajó por primera vez a Cuba en busca de alivio, el país, a más de acomodaticio, se volvió ciego. Es inconcebible que la dolencia de un hombre transitorio como todos, sea hoy preocupación fundamental en una ciudad donde los niños cancerosos mueren de mengua en el único hospital oncológico que existe. Es insólito que los achaques de salud de un ciudadano (así se trate del Presidente de la República) con excelente personal médico y paramédico y recursos de salud de última generación a su exclusiva disposición, a más de los ríos de dinero obtenidos a mansalva para usufructo discrecional, logren desplazar la atención de la ciudadanía de los gravísimos problemas que la aquejan (violación y colonización del territorio patrio -entre otras perlas- que hacen de Venezuela un país política, administrativa y económicamente retorcido entre las agallas cubanas e hipotecado con las argucias chinas, bielorrusas, iraníes y demás paracaidistas de nueva data); como también fue amoral la misa solemne concelebrada el martes 11 de diciembre por la salud del presidente en la plaza Bolívar de Caracas, donde entre salvas y salves, prelados pomposamente ataviados prestaron sus buenos oficios, ratificando así que hasta el acero se tuerce cuando aprietan las tenazas del temor, el dinero o el poder. ¿No recuerdan sus reverencias la sarta de maldiciones (sacrílegas dijeron) salidas de la boca del Supremo contra los más altos jerarcas del clero venezolano y la reacción que tuvieron entonces? ¿Ignoran sus eminencias el latrocinio institucionalizado en el país por los dirigentes del régimen actual? No señores, así no es la cosa. Ustedes, más que nadie, están obligados a ser congruentes entre la prédica y el hacer.

En esta hora de grave perturbación, Nicolás Maduro, presidente encargado, debe informar al pueblo con altura y claridad acerca de su futuro inmediato, ligado profundamente con las expectativas de vida del terrateniente que los maneja. El botafuego de odio enfilado por Hugo Chávez contra el adversario político durante catorce largos años, debe desaparecer. Hoy más que nunca es prioridad de cuerpo y alma en Venezuela la reconciliación nacional.

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