jueves, 13 de diciembre de 2012

SOBRE POESÍA


Rodrigo Valencia Q
Especial para Proclama del Cauca
(Del libro La Esfinge y la Nostalgia)


Creo que en poesía la imagen no es sólo un signo sensible ni el recuerdo de una idea precisa. Es transporte, es umbral; es el paso a un astral imaginario, a un lugar de lugares. Al menos en cierto tipo de arte simbólico en donde, en el traslado al ideal, las metáforas superan las vivencia puramente física, el hecho concreto de las cosas.

Lo poético viene de una región que se abre poco a poco, como amanecer desconocido, como eco de signos imprecisos. Hay una especie de noche en la poesía; una magia nocturna, una reminiscencia entre las sombras, una rendija a los paisajes del asombro, del asomo extático, del sonido lejano, del sondeo extradimensional. Hay un vino en la poesía, un arte que enajena delicadamente; como si un mundo interior, parabólico, de tiempo etéreo, se revelara con todo su designio, haciéndonos perder la precisión del instante presente, el tiempo lineal, en una pantalla imaginaria de no importa qué lejanos o imposibles horizontes. Magia de la imaginación, si borra el contorno de las leyes del reloj, si rasga las vestiduras viciadas por la costumbre. El mundo extraviado en el afuera de las cosas, prisionero entre cuatro paredes y tres dimensiones, pierde entonces su vigencia como único posible, revelando otro yo de la apariencia, otro rasgo significativo del instante. No es nada de lo útil, nada de lo que se cree firme, nada de lo que nos cierra la eternidad del círculo entre muros fijos. Es la ductilidad de la sustancia imaginaria, el devenir plástico y mudable de las apariencias, lo más cercano a un sueño de alucinados despiertos: la posibilidad de ser “otro” entre la rígida existencia. La mentira bien contada, convincente, vale decir; necesaria, como fuerza potenciadora de la creación, como lúdico ejercicio del derecho a la ensoñación, a la vida contemplativa, al estadio estético de la realidad.

Antinomias de lo externo y lo interno pueden confluir en lo poético, tanto hacia lo trágico y doloroso como hacia la inofensividad o belleza de los trances comunicados: es el derecho a todas las verdades y a todas las mentiras de la imaginación; un estado de alma que posibilita una catarsis sin cuestionamientos, porque dentro del arte todo tiene derecho a la existencia.

Me refiero, claro, al verdadero arte; porque todo arte verdadero es, ante todo, poesía.

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