NTC, GABRIEL RUIZ Y MARISABEL
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Loco-mbiano
NTC, Nos Topamos Con… es el nombre de una revista cultural que opera desde Cali sin día ni hora de actualización. No aspiró nunca a ser diario, ni tabloide, ni review a secas. Pareciera que la dirigiera un boyacense por aquello que luce en su lema: “nos topamos con”. Topar es un modismo castellano que usaron los españoles y que se quedó en las sabanas frías de Tunja, Ramiriquí o Guateque, en donde también habita el “sumercé”.
Es simple la sigla con que sus creadores identifican su Revista, como el símbolo H2O del agua, ABC de Madrid o CNN de Tampa o la BBC de Londres. Se la inventó un búho químico que se recibió en la Universidad del Valle: Gabriel Ruiz Arbeláez del brazo de su reportera gráfica María Isabel Casas. Aunque el niño –todavía conserva esa cara- nació en Pereira, ronda aún el paisaje por Nuquí, Chocó en donde cunden sobre el agua negra del Pacífico los potrillos de una sola vela*. Por eso, un potrillo indómito y risueño es el logo sustituto de NTC.
Pero también lo es el búho. De ellos tiene una multitud con ojos muy abiertos en su cara de sabio, frente poblada y pico. Es esa la figura heráldica que lo asimila a un gran pensador de la noche. De otra manera no se explica quien abre sus largas páginas, si las llena cuando aún no ha amanecido o las completa cuando la noche ya casi cae de sueño sobre la luna.
Gabriel debe ser un ángel alado y barbudo como su homónimo. Vuela por sobre libros, gacetas, y lleva un radar con sensor de olor para captar lo que huela a noticia cultural. Cuanta reunión, recital, presentación de libro o novedad de expresiones extravagantes en literatura le llegan a sus antenas de su apartamento en el edificio Las Lomas, su nariz pereirana lo registra bajo sus lente y su oportuno olfato.
No hace falta la foto para conocer a este otro Gabo. Callado, paciente, perspicaz, atento, cabizbajo a veces, con una sonrisa davinchiana a flor de labios. Posee un raro sentido del humor que exhala con socarronería a sus amigos. Está pronto a recibir mensajes, aún cifrados, y de ahí busca links, fotos, más información y luego reenvía la noticia: “Gracias y, por lo pronto… ya está eneteciado”, dice a su reportero al otro lado.
Lleva Ntecientos años haciendo esta labor desde su pequeño estudio en los altos de la loma del Barrio Juanambú. “Quien no está en internet no existe” me dijo una vez que me invitó a tomar una cerveza y a escudriñar ese mundo tan vasto y emocionante que es la red que cubre y anima al planeta que habitamos. Si Descartes aun viviera, probablemente estaría de acuerdo con este risueño filósofo de la cultura y canjearía frases y genialidades con este inocente cultor de la imagen y la palabra.
Gabriel Ruiz Arbeláez no espera un premio Pulitzer ni el Simón Bolívar por la tarea diaria. Pero él vive y aguanta los embates de la dulzura merced a este oficio grato. Es ratón gris que anda del brazo de su fiel reportera con paso lento pero incisivo para recoger el dato, el momento cumbre, la frase ingeniosa para darla a conocer a sus “abonados” que ya deben estar cerca de los 50 mil que decía tener su amigo Ignacio Ramírez, en Cronopios.
Este insignificante saltamontes desea ahora que comienza el año, rendir un homenajito a Gabriel, su maestro, por su labor persistente y desinteresada. Él me enseñó a querer y a no tenerle miedo a este instrumento humanoide que alimenta nuestros días, la Internet.
Vaya un vientecillo de enhorabuena que refresque de ilusiones su potrillo y haga que su inteligente animalillo le siga soplando al oído por Ntecientas noches la presencia de autores, libros, encuentros y vocinglerías en el inaudito mundo de la cultura que él ama.
02-01-13 10:58 a.m.
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