JOSE
LOPEZ HURTADO*
Dicen los astrónomos y matemáticos que cuando se llega al 31 de
diciembre de cada año, es porque la Tierra ha recorrido una vuelta completa en
torno al Sol y ha regresado a la misma "posición relativa” en que se
encontraba el año anterior, en un ciclo de 365 días y un poco menos de un
cuarto de día (0.2421890..., para ser exactos), a la extraordinaria
velocidad de 107.000 Kilómetros por hora.
Convencionalismos de medida del tiempo, que siempre preocupó a los
científicos, desde los egipcios, pasando por Julio César en 46 A. de C., hasta
Gregorio XIII en 1852, quien dio nacimiento al calendario gregoriano que hoy
nos rige.
Frontera ficticia que el hombre ha querido colocar a la infinitud
del tiempo como queriendo disimular su propia impotencia y pequeñez, frente a
lo inconmensurable y eterno.
Los estudiosos de la inagotable sucesión de los momentos y del espacio,
aturdidos por su fragilidad, simplemente intentaron encerrar en medio de
números la insignificante historia individual del hombre, en sus éxitos, en sus
tragedias, en sus fracasos.
Mañana, último día del año, se cierra otro pequeño ciclo , cuando
en un abrazo infinitesimal se encuentren las manecillas del reloj, pero el
primero todo seguirá igual para la mayoría, abochornada por lo que no pudo ser
y no fue, pero que piensa, probablemente ahora, sea.
Es la historia individual de siempre, llena de buenos propósitos,
simplemente.
Historias fracasadas, perdidas en la vorágine del tiempo, mientras
sus protagonistas ignoren su propia liviandad, y desconozcan su misma mortalidad.
Y que seguirán repitiendo, mientras el hombre desoiga su propia voz interior,
aquella que proviene, paradójicamente, de lo más remoto del Universo. Repetimos,
de ese Ser Crístico interior que está allí, esperando por nuestro llamado.
La verdadera fiesta del nuevo calendario que se inicia pasado mañana,
tiene que ver con el reconocimiento de nuestra pobre condición material cada
vez más deteriorada, pero también con el re-descubrimiento feliz de nuestro
destino espiritual superior, que debemos cultivar, y que debe significar
nuestra última razón de existencia.
Se trata pues, de brindar por ello, en la expectativa cierta de un
reencuentro consigo mismo, en la incansable búsqueda del destino infinito, para
abrevar en las fuentes puras del espíritu universal al que todos debemos aspirar,
de energías creadoras, de bondad y de justicia. Manteniendo, claro está, en
todo momento, la conciencia del gran Dios Creador, porque como lo dijo Newton: “Lo
que sabemos es una gota, lo que ignoramos es un inmenso océano. La admirable
armonía y disposición del Universo, no ha podido sino salir del plan de un Ser
Omnisciente y Omnipotente".
A todos, nuestros mejores deseos por esos propósitos en 2013. Sólo
su búsqueda incansable habrá justificado nuestro insignificante paso por el
tiempo.
(*) Analista Internacional, colombiano.
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