lunes, 31 de diciembre de 2012

Viejito feliz


HORACIO DORADO G

Contrario a lo que todos piensan, a partir de los 60 años comienza la etapa más feliz de la vida. La vejez es una conquista, la muerte la meta. Parece mentira, pero entre más se acerca la muerte, más feliz me siento. Por eso ya no cumplo años, sino que festejo los que me faltan. Vivo contento, sin estrés ni preocupaciones como cuanto tenía 20 años. Pero, ciertamente, en la vejez no se tienen esas expectativas por cumplir metas y eso genera mucha tranquilidad, mientras que la juventud sí las tiene, por eso viven ansiosos.

Para algunos, la vejez implica dolores, artritis, arrugas, pérdida de vitalidad y memoria. La naturaleza es sabia al producir cambios psicológicos. Después de los golpes que da la vida, se aprende a manejar las emociones. En cortas palabras: sabiduría. Y en largas calendas: nos volvemos más expertos en el manejo de las emociones negativas. La clave es no caer en el equívoco de que lo peor está por llegar. Aunque en efecto, ya no tenemos citas en discotecas, bailes y zafarranchos. Ahora las citas son en el Seguro Social, clínica u hospital. Desde luego, tampoco las conversaciones ya no son de mujeres y encuentros furtivos como: “Donde está aquella”. Las charlas ahora son: “donde está el aguijón” para combatir dolores de espalda, reumáticos reflujos, y el alzhéimer, preguntando: “Te acuerdas como se llama esa pastillita para…”.

En tiempos idos preguntábamos: ¿qué vas a tomar: cerveza, aguardiente, ron o whisky? Ahora indagamos: ¿qué estas tomando? aspirinas, dolex; ungüento, vendas, anteojos, ampolletas, algodón, y alcohol, pero antiséptico y frotadito.

No digo cuantos años tengo, ni tampoco me los quito, porque el pelo platinado me denuncia, pero todavía puedo reírme a carcajada limpia, aunque a veces no pueda oír lo que dicen de mí. Tengo los suficientes años para decir las cosas que ya no me agradan como: la congestión vehicular de mi ciudad, la música en altos decibeles en las calles, automotores y cantinas de mala muerte. Tampoco me gustan las mentiras de los políticos a la hora de hacerse elegir, ni otras tantas que ya ni recuerdo. 

Lo que sí recuerdo y muy bien, son los viejos y buenos modales cuando hace muchos años, había respeto por los símbolos patrios, auténtico sentimiento patriótico y rechazo por la vulgaridad. Tengo la retentiva del buen lenguaje, de la dedicación por la literatura con la buena ortografía.

Y desde luego las sanas ambiciones de mi juventud que aún viven en mí. Ojo, que no es la envidia que despierto entre mis malquerientes, por querer ser siempre alguien en la vida con honor, dignidad para la familia y la sociedad.

Concluyo diciendo: El corazón no envejece, pero muere dejándolo entre ruinas. Entonces, con una buena senectud se aumenta el grado de libertad para expresar opiniones sin temor a incomodar a determinados censores religiosos, sociales o políticos. El senecto ya no se necesita luchar vanamente contra el tiempo simulando tener una edad menor de la real o aparentar una vitalidad inexistente en una época como la actual en la que impera el culto al juvenilismo y a la belleza física.

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