miércoles, 2 de enero de 2013

En la otra orilla del viento


Por Álvaro Delgado

El año antepasado, cuando cumplí apenas 81, hice un recorrido mental de mis amigos popayanejos de los años 40 y encontré que de 22 totales recordados, hombres y hembras, solo dos –y no de los más jóvenes entonces– quedábamos vivos, y había uno adicional de cuya suerte no sabía nada pero de quien presumía que vivía en tierras de la antigua Yugoslavia. Un día cualquiera de 2012 encontré su nombre en un correo de la Internet y ahí fue. Neftalí Sandoval Vekarich aún respiraba, incluso el mismo aire que Uribe Vélez.

Alvaro Delgado, Manuel Reyes, Neftalí Sandoval
Habíamos vivido en Popayán el doloroso tránsito de la república liberal a la Violencia chulavita, cuando el Liceo de Varones (hoy de Humboldt) comenzó a llenarse de matones y antiguos condiscípulos aparecieron de pronto con uniforme de oficiales de la Policía montados en carros veloces y feroces. En cualquier momento, la casa donde se realizaba una reunión de estudiantes convocados para crear una llamada “Juventud Democrática”, fue allanada por la fuerza pública, que cargó con nosotros, nos reseñó, nos apiñó en dos celdas y solo nos dejó libres después de la intervención del “Loco” Vejarano, un universitario conservador libre de prejuicios y miedos. A partir de entonces la gente nueva se dispersó y perdí la comunicación con Neftalí.

El fuerte, invencible poeta que hay en él lo ha salvado de cualquier olvido. Uno puede estimarlo o esquivarlo, pero siempre va a asediarlo su figura precipitada, sus frases recias y su eterna bondad. Neftalí tiene la ventaja de que ve todo con ojos de rebelde con causa; su rebeldía permanente con el mundo tiene detrás un sustento histórico documentado, que el poeta ha revisado una y otra vez sin que lo vean. Conoce la historia colombiana y conoce el drama de nunca acabar del pueblo serbio, que le viene de su madre. También el de Colombia lleva medio siglo y parecemos no darnos cuenta. En Neftalí es una doble tragedia vital la que ronda su alma pero que en vez de agotarlo lo mantiene vivo. Uno admira su soledad invencible entre sus innumerables amigos de medio mundo, por donde viajó siempre solo con lo del pasaje. Es el único poeta colombiano vivo que en una calle cualquiera de Ciudad México –que ya era más populosa que cualquier ciudad europea cuando la descubrió Hernán Cortés– un día cualquiera se topa con otro poeta colombiano tan “varao” como él.


“En la otra orilla del viento”, el gran libro –también por su formato– que publicó Neftalí en mayo del año pasado, es el recorrido de una vida iniciada en un puerto del Perú, o tal vez entre Quilichao y Puerto Tejada, o quizás en Popayán, que el poeta estará siempre emprendiendo. ¿Qué resorte todopoderoso mantiene siempre en alto una mente y un cuerpo que nunca acaban de encontrar el amor? A los poetas no les importa desentrañar ese desafío. Les interesa vivir y maravillarse entre la gente que trabaja y lucha, ríe y odia. Cuenta entonces lo que cree entender de eso que es la vida, y está seguro de sobrevivir al olvido. No sabe exactamente de quién o de quiénes. Es una poesía vital, renegada ante las medias tintas y a la vez sobrecogida por la soledad infinita que asedia a cada amor que encontramos en la vida.

Si alguien –como parece sugerirlo un pasaje de la frondosa correspondencia reproducida en el libro– me asegurara que todo el drama humano que dibuja Neftalí en su correría internacional obedeció al impulso mágico que despierta en los hombres la lejanía de la mujer equivocada, yo le creería. Ahora bien, si las cosas ocurrieron así, el resultado no podría ser más sugestivo. Neftalí fue el miembro más joven y atípico que de un grupo juvenil que empezó a escribir poesía en Popayán, y el único del mismo que arribó al final. A todos los demás los arrebató y congestionó la práctica política incondicional.


Sandoval tomó otro rumbo. El vuelo en solitario por el mundo, pero haciendo escalas, puso al desnudo y depuró la audacia de su expresión poética, sin demeritar un ápice su vocación revolucionaria y su ideario democrático. Es una prueba más de que el ejercicio de la poesía y la belleza está destinado solo a los valientes.

Enero 1, 2013.

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