FABIO
ARÉVALO ROSERO MD
La gente pasa cada vez más tiempo frente a los televisores mirando
siempre lo mismo con una oferta frívola y enfermiza. Un atentado contra la
inteligencia humana que hace seres sedentarios y mediocres. La gente prefiere
alejarse de un rol de viandante, dado que no existen garantías fundamentales
para un desplazamiento digno. La escasa seguridad, por ejemplo, no permite
tantas veces que trayectos cortos sean hechos con la libertad del caminante. La
mayoría no saben que el ciudadano de a pie aleja de su vida al médico y al
psiquiatra por algunos años más que los precarios andantes, lo cual conlleva
enormes beneficios para el bienestar, el bolsillo y para el alma.
Los políticos y dirigentes no son conscientes que de seguir con
esos modelos de ciudad pronto habrá más cementerios que electores. Les cuesta
aun trabajo aceptar que la esencia de una sociedad es el viandante y que
requiere las mejores garantías que solo se ven en ciudades posmodernas. Pero es
aquel ser que camina por gusto, por compromiso de vida, no por necesidad
irremediable, caso en el cual deja de ser peatón para convertirse en un
“pelagatos” sin automóvil en una sociedad arribista, o lo que es peor, en un
paria sin dinero ni para un pasaje de bus.
Para una ciudad anatómica y digna, hecha a la medida de la gente,
de su majestad el peatón se requieren unas condiciones mínimas. Los peatones
queremos cruzarnos sin tener que ponernos de perfil, queremos caminar de la
mano de nuestros niños, llevar bultos sin miedo a tropezar con otros y pararnos
a hablar con un amigo sin ser obstáculo para nadie. Todo eso requiere más
espacio que el estricto para la circulación mecánica de unos elementos llamados
personas.
Las calles no son solo para caminar, son lugar de encuentro y
relación y, por tanto requieren anchuras atractivas. El espacio mínimo
requerido para el cruce de dos parejas de peatones ronda los tres metros, solo
por mencionar andenes. Pero en nuestras ciudades ¿hasta dónde se cumple este
parámetro básico? Y mucho menos otras condiciones dignas como la señalización,
el mobiliario, el arbolado, la iluminación, la supresión de barreras
arquitectónicas, la seguridad, etc. Sin menoscabo de las generosas calzadas
peatonales en áreas medulares y centrales.
Y según la biblia, Dios creó al peatón y el hombre al carro. Y
según Borges apareció el chofer “Homo brutus” que odia al “Homo sapiens” ese
ser peatón, que perece hecho pobre en una bocacalle, en una gran avenida, donde
hoy ya solo quedan sus trozos.
En este video puede verse el efecto transformador de una ciudad
holandesa posmoderna cuando se prioriza al ser humano en el espacio público.
Cerró el sector histórico al tráfico motorizado:
Un gesto que
enaltece
Me ha sorprendido gratamente la manifestación pública hecha por el
escritor y líder de opinión Marco Antonio Valencia Calle, al postular al suscrito
al Premio Nacional de Paz. Gesto generoso de alto valor de una lúcida persona.
Más que hacer parte de una competencia por un premio, es esencial aportar en un
proceso que requiere transformación social. Las bases de la paz están en la
justicia social, en la atención digna a los sectores más vulnerables, en la
frontal guerra a la miseria y en una gigante inversión educativa. Pero
igualmente en una actitud distinta como personas donde la convivencia debe
basarse en valores como la generosidad, la tolerancia, la solidaridad, el amor,
el afecto y la ternura.
A Marco Valencia y a todas las personalidades que desde distintas
latitudes del planeta han hecho sus pronunciamientos de respaldo, mis
sentimientos de gratitud, pero más aun mi compromiso irrestricto con la
pacificación de los espíritus y por calmar males urbanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario