CON LA PALABRA HAY BATALLAS QUE SE
GANAN
Por
Leopoldo de Quevedo y Monroy
Colombiano
La
Poesía, es una sarta de fuego y lava, de aceite de almendra y olivo, de ajenjo
y albahaca, de agua pura y lavanda. Sale de la boca y del hígado, de neuronas
alborotadas con ganas de cambiar el mundo.
Sea
que vengan versos de Italia, de Mantua o Salerno o Roma, de Alemania, del Ruhr,
de Berlín o Leipzig, de la santa Rusia, de Leningrado, Minsk, Ucrania o
Siberia, de Perú, tierra de Vallejo, de Chile, de Isla Negra o Antofagasta.
Siempre nos llegarán como gotas de rocío, como hierro candente que marca la
frente, como trompeta de victoria o corona de juego floral.
Cómo
es necesario que haya quien madrugue a tejer el hilo de su imaginación, a romper
como Bochica la piedra por la que salte una cascada, que inunde como en Guatapé
montañas y honduras, que irrumpa como toro salvaje y corra sin freno por
colinas y abismos con fondo ciego.
Cómo
es necesario que no sea solo el agua corriente y suave que nos baña a diario
quien refresque nuestros ímpetus y rabias. Que sea una voz potente, venida de
una cueva extraña y nos fulmine con su magia.
Como
la voz de Aladino salida de un candil.
Como
la voz de Gandhi, salida de las costillas de un hombre desnudo y sin armas.
Como
en Grecia lo hicieron voces en las tablas de Sófocles, Eurípides y Esquilo.
Qué
héroes verdaderos fueron ellos cinco.
Los
sables, las botas, los cañones, los tucanos, solo han dejado humo, gases,
lágrimas, soledad, pobreza y campos minados. De la boca de las armas salen
plomo, muerte, miedo y desesperanza. Las armas no piensan, no crean, no
reconocen amigos, arrasan y dejan tumbas. Nunca de la barriga de la guerra ha
nacido un parto humano, señor Procurador. ¡Qué dice, usted, en esta hora
aciaga? ¡Cuál de nuestros generales ha hecho historia!
En
los Festivales de Arte en Venecia, de Guada la jara, Buenos Aires, Medellín o
Cali hombres y mujeres se han dejado hechizar con la Palabra. Han nacido de
nuevo a la Vida, han encontrado razones para cantar, oír, fabular, reír y
burlarse de tanta mentira. La Palabra es medicina, es pócima salvadora, veneno sagrado
que resucita ilusiones como lo hizo el de los novios de Verona.
Más
hombres y mujeres se han hecho mejores con los versos de Darío, de Neruda, de
la Pizarnik, Baudelaire, de Juana Inés de la Cruz que con la ayuda de la ONU y
los cascos de azul y verdes.
El
diálogo, en secreto o a voces, sincero y sin tapujos, sin amenazas o
cortapisas, sobre la mesa y sin cruces por debajo, será el placebo que cure los
males que han durado más de media centuria. Las únicas escaramuzas que valen
son las que hacen los niños y abuelos cuando juegan a las escondidas. Las demás
son muy costosas, cruentas y no traerán buenas noticias a madres, esposas o
hijos.
La
palabra no la puso en nuestra boca Zeus ni Marte dios y diosa de la guerra. La
inventó el hombre después de siglos, en su necesidad de sobrevivir y hacerse
entender. Más puede una gota de miel de palabras que una botella de vinagre de
cananas y granadas.
24-09-12
9:38 a.m.
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