jueves, 23 de agosto de 2012



TRABAJADORAS SEXUALES CON CONTRATO


Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Locombiano
¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?
Poema 92. Sátira filosófica. Sor Juana Inés de la Cruz.

Sabemos a estas horas que el buscaniguas senador Armando Benedetti, nuevo santista, ha propuesto ante sus colegas que se apruebe una ley para que los dueños de prostíbulos baratos y caros paguen a sus incansables trabajadoras un salario digno y demás arandelas. Ya era hora que se hiciera justicia con estas sufridas damas.

En Locombia la santa costumbre de quienes llegan a abrir una concesión, una industria, una fábrica, un almacén, un supermercado es buscar que el Estado les perdone pagar bien a quienes les llenan el bolsillo. Hacen lobby en el Congreso, pagan abogados para que los congresistas “en su sabiduría” inventen una fórmula para pagar cada vez menos a quienes agachan su espalda y sudan tratando de aumentarles su capital. Hasta hace muy poco se logró que las mujeres, negras sobre todo, que llegaban a una casa a lavar, cocinar, planchar y otros oficios varios, se les pagara aunque fuera el salario mínimo.

En mis clases de derecho penal, un exmagistrado del que no guardo buena memoria, dijo para mi asombro y mi satisfacción que a las mujeres que se dedican en la clandestinidad de los lenocinios a dar gusto a los hombres, debía guardárseles respeto a su dignidad, cuando estuvieran fuera de su ambiente. Ellas también tenían derecho a su buen nombre cuando no ejercían su oficio milenario. Un concepto humanista, liberal y acorde con la modernidad.

De esas mujeres hay muchas también en casas muy honorables. Hubo una película con Catherine Deneuve, una actriz muy cotizada, - en Bella de día- que protagonizó a la “dama de sociedad” que de noche atendía a su esposo y era tenida como de alta alcurnia y de día ejercía el indecoroso oficio de prostituta.

Pues, ahora, señoras dignas y señores de cuello alto, las muy “mujeres de la vida”, tendrán, por fin, un tratamiento laboral igual al de un recién egresado de universidad o igual al de una secretaria. Es decir, por fin ganarán un salario mínimo que es lo querido y practicado por empleadores, cooperativas de trabajo y bolsas de empleo. Tendrán los mojigatos dueños de burdeles que pagar, a fin de mes o por quincenas, el salario y deberán afiliarlas al gran sistema de salud y seguridad social que brinda este Estado.

No valdrán las comidillas en las salas donde se juega a la canasta o las miradas recelosas de damas de sociedad o santos padres del Opus Dei de lamentar que estas buenas señoras o señoritas –porque muchas no están casadas- ahora entren a hacer cola en un cajero, a todas luces, para cobrar su pago quincenal, como cualquier vecino o vecina.

Ya es hora de que a las profesiones se les llame por su nombre y no andemos llamando con palabras infamantes a estas dignas hembras que muestran sus piernas y senos para buscar su paga, como decía Sor Juana Inés.

Aquí, en Locombia, en donde se maltrata por una nadería a toda mujer, era hora, lo vuelvo a repetir, que se dejara atrás la costumbre de abusar, de mirar con asco, de pagar cualquier peso por quienes las alquilan por media o una hora o las llaman con el elegante nombre de “damas de compañía”.

22-08-12                                  4:17 p.m.

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