TRABAJADORAS SEXUALES CON
CONTRATO
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Locombiano
…
¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?
…
Poema 92. Sátira filosófica. Sor
Juana Inés de la Cruz.
Sabemos
a estas horas que el buscaniguas senador Armando Benedetti, nuevo santista, ha
propuesto ante sus colegas que se apruebe una ley para que los dueños de
prostíbulos baratos y caros paguen a sus incansables trabajadoras un salario
digno y demás arandelas. Ya era hora que se hiciera justicia con estas sufridas
damas.
En
Locombia la santa costumbre de quienes llegan a abrir una concesión, una
industria, una fábrica, un almacén, un supermercado es buscar que el Estado les
perdone pagar bien a quienes les llenan el bolsillo. Hacen lobby en el
Congreso, pagan abogados para que los congresistas “en su sabiduría” inventen
una fórmula para pagar cada vez menos a quienes agachan su espalda y sudan
tratando de aumentarles su capital. Hasta hace muy poco se logró que las
mujeres, negras sobre todo, que llegaban a una casa a lavar, cocinar, planchar
y otros oficios varios, se les pagara aunque fuera el salario mínimo.
En
mis clases de derecho penal, un exmagistrado del que no guardo buena memoria,
dijo para mi asombro y mi satisfacción que a las mujeres que se dedican en la
clandestinidad de los lenocinios a dar gusto a los hombres, debía guardárseles
respeto a su dignidad, cuando estuvieran fuera de su ambiente. Ellas también
tenían derecho a su buen nombre cuando no ejercían su oficio milenario. Un
concepto humanista, liberal y acorde con la modernidad.
De
esas mujeres hay muchas también en casas muy honorables. Hubo una película con
Catherine Deneuve, una actriz muy cotizada, - en Bella de día- que protagonizó
a la “dama de sociedad” que de noche atendía a su esposo y era tenida como de
alta alcurnia y de día ejercía el indecoroso oficio de prostituta.
Pues,
ahora, señoras dignas y señores de cuello alto, las muy “mujeres de la vida”,
tendrán, por fin, un tratamiento laboral igual al de un recién egresado de
universidad o igual al de una secretaria. Es decir, por fin ganarán un salario
mínimo que es lo querido y practicado por empleadores, cooperativas de trabajo
y bolsas de empleo. Tendrán los mojigatos dueños de burdeles que pagar, a fin
de mes o por quincenas, el salario y deberán afiliarlas al gran sistema de
salud y seguridad social que brinda este Estado.
No
valdrán las comidillas en las salas donde se juega a la canasta o las miradas
recelosas de damas de sociedad o santos padres del Opus Dei de lamentar que
estas buenas señoras o señoritas –porque muchas no están casadas- ahora entren
a hacer cola en un cajero, a todas luces, para cobrar su pago quincenal, como
cualquier vecino o vecina.
Ya
es hora de que a las profesiones se les llame por su nombre y no andemos
llamando con palabras infamantes a estas dignas hembras que muestran sus
piernas y senos para buscar su paga, como decía Sor Juana Inés.
Aquí,
en Locombia, en donde se maltrata por una nadería a toda mujer, era hora, lo
vuelvo a repetir, que se dejara atrás la costumbre de abusar, de mirar con
asco, de pagar cualquier peso por quienes las alquilan por media o una hora o
las llaman con el elegante nombre de “damas de compañía”.
22-08-12 4:17 p.m.
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