sábado, 25 de agosto de 2012

SANTOS O UN RETO HISTÓRICO


JOSE LOPEZ HURTADO*

Colombia ha perdido de manera irrecuperable cerca de sesenta años, durante los cuales han sucumbido generaciones enteras de soldados, labriegos, mujeres, intelectuales, ciudadanos del común y niños, a los que se les quitó impunemente su derecho a la vida.

Pero también durante esas largas décadas el país fue hundiéndose en el ostracismo internacional, y condenado de manera irreversible al subdesarrollo y a la pobreza, por cuenta de la violencia fratricida desatada por minorías criminales ávidas de poder y de riqueza.

Los anaqueles de las bibliotecas están repletos de diagnósticos de propios y extraños, sobre las causas de la hecatombe, que terminan perdiéndose en el océano de las responsabilidades ajenas.

Los colombianos vivimos, por eso, presos de nuestros propios miedos que se nos ha transmitido casi que genéticamente, pero que siguen siendo alimentados por las diarias tragedias que acechan a la vuelta de la esquina.

Hemos transitado el largo viacrucis de sangre casi que con abnegación, como un sino trágico, del que no se ha podido escapar, y lo que es peor, como lo dijera hace pocos días el reconocido columnista español Alonso Ussia, sin la estrecha solidaridad internacional, que hubiera sido lo deseable: "A uno personalmente le duele mucho más la tragedia de Colombia que la de Irak... La bellísima nación de gente buena que nos da día a día, una lección de valentía desde su soledad", escribió.

El Presidente Santos desde el día de su posesión anunció la consecución de la paz, como una de las prioridades de su gobierno, sin que ello significara, en modo alguno, dejar de lado la prerrogativa en el uso de las armas, en su condición de jefe supremo de las fuerzas armadas que la Carta Política le confiere.

Aun cuando no se ha hecho un anuncio oficial, todas las señas parecen indicar que el momento de avanzar hacia un proceso de diálogo y negociación del conflicto armado con las FARC, ha llegado, en un ambiente marcado por el sigilo y la prudencia, propios de un gobierno serio que no está dispuesto a cometer los mismos errores de protagonismo mediático que caracterizó a algunos intentos gubernamentales en el pasado. De ser así, las fuerzas vivas del país, la sociedad civil, los partidos políticos deben rodear al Presidente.

No se puede retroalimentar la tragedia sin fin, como algunos sectores lo predican en su obscura dialéctica guerrerista, porque el que sigue perdiendo es el pueblo, que ya está cansado de la altísima cuota de muertos que ha puesto en un conflicto armado inútil y estéril.

Para sentar, por fin, las condiciones de prosperidad y de desarrollo largamente postergadas, el Presidente Santos ha decidido apostarle a la historia. Lo acompañamos incondicionalmente, en su empeño. Que ojala, al final, esté adornado con los laureles de la victoria y el reconocimiento y satisfacción unánimes de su pueblo.

* Analista Internacional, colombiano.

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