domingo, 19 de agosto de 2012



CÓMO, ¿NADA UN PEZ EN LA CÁMARA?

Reina Silvia y Carlos Gustavo XVI de Suecia.

Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Locombiano

Hace días me llegó por mail eso que llaman un forward, un escrito refrito en aceite muchas veces. Solo que en esta oportunidad el forward era de gran factura. Se refería a eso que llaman diputados, o parlamentarios o camaleones en todas las lagunas. Lo anunciaban con la pregunta: “¿Cómo vive un diputado en Suecia?”

Suecia, - se anda diciendo -, es un país muy moderno y culto. Allí se piensa junto al mar, se comen mariscos y se bebe en vasos grandes cerveza y se mueve uno en canales de agua, más que en carro o tren. La gente vive libre, se dejan las prendas al aire y nadie critica si es marinero, estudiante, obrero o profesional. Y el PIB es de lo más alto y por eso su estándar de vida es confortable, goza de muy buenos servicios de salud, de educación, y tiene esperanza de vida digna y salarios justos. Eso es lo que oye.

Sabemos que es un país con democracia, aunque es un país con tradición monárquica constitucional. El parlamento sueco –Riksdag- es abundante si se considera que el territorio lo habitan tan solo 9 millones de habitantes. Pero viven sus integrantes como cualquier hijo de vecino, no obstante que ostentan el poder legislativo. Obvio que ganan sus dietas porque cumplen con los deberes que impone su cargo, pero no gozan de privilegios fuera de acompañar en ciertas ceremonias a sus altezas reales.

Al igual que el Presidente en Portugal, ellos no viven en palacios ni casas suntuosas ni pagadas por el Estado. Para quienes no viven en la capital Estocolmo, el estado les facilita la estadía para pernoctar cuando el Parlamento sesiona, un edificio con apartamentos individuales, sin ningún lujo. En realidad, un Diputado, como les llaman, son señores respetables, honrados, de buena reputación, de quienes no se habla mucho en los periódicos y no presumen de importancia.

Distinto a nuestros congresistas que se hacen llamar honorables y señorías, que no soportan que alguien les reclame por un estacionamiento irregular, que anden ebrios conduciendo o por asistir a reuniones de dudosa reputación. Se alzan sus dietas, una de las más altas del mundo, andan muy orondos como Michín y nadie los puede llamar patetas. No miran la letra de los proyectos pero dan el palmadazo a la mesa y luego dicen que el Ejecutivo tuvo la culpa. Tienen boleto gratis cuando viajan y uno no sabe qué más prebendas tienen, como la pobre viejecita.

Viven maquinando cómo gravarán más al pueblo, cómo rebajarán las penas para que no recaigan sobre ellos y cómo llenarán más su bolsillo. No les importa que las selvas se talen, que se exploten mal las minas, que los ríos se desvíen o se mueran, que el agricultor cada vez se aleje más del campo, que las cárceles se acaben y que no haya empleo. Pero no hay para qué, porque el PIB está bien para el gobierno y los empresarios pagan muy a sus ejecutivos.

Oh, padres de la patria, sin hijos que les duelan, …y con mucho pan entre pecho y espalda. Mucho nombre y muchos timbres para tanta mentira.


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