jueves, 23 de agosto de 2012

El Presidente de la Paz


Por: Luís Barrera

El perdón no es una amnesia sagrada que borra el pasado. Por el contrario, es la experiencia sanadora que elimina el resentimiento. Se podrá recordar la ofensa, pero no se revivirá el dolor.

La avispa del recuerdo puede volver a volar, pero el perdón le ha arrancado su aguijón. Por eso todos los colombianos necesitamos aprender a perdonar y aprender a pedir perdón.

Nuevamente el tema de la Paz es el pan diario que quisiéramos comer para calmar el hambre desesperante que origina la violencia, la guerra y el conflicto interno que padecemos cruentamente.

Se rumora mucho sobre una prudente y eventual negociación con un diálogo franco y reservado en el exterior con los grupos insurgentes y cuando río suena… Algo de cierto debe tener, cosa que encantaría a la inmensa mayoría porque la verdad, es que todos estamos cansados de tanta sevicia y sangre inocente.

El Presidente Santos si llega a plantear un proceso de Paz no solamente será reelegido bien lejos por los colombianos, sino que pasará a la historia como el Presidente de la Paz. Tiene las llaves y de la voluntad de su gobierno depende la suerte de un país que merece tener el privilegio de perdonarnos unos a otros.

Para muchos la paz significa seguridad nacional, estabilidad, el orden público. La asocian con educación, cultura, deber cívico, salud y prosperidad, comodidad y tranquilidad. Es la buena vida. Ahora bien, ¿pueden todos compartir una paz que se funde en eso y en nada más? Si para unos pocos privilegiados la buena vida significa opciones ilimitadas y consumo excesivo, los demás, lógicamente, tienen por lo tanto que trabajar como esclavos y sufrir una pobreza agobiadora. ¿Se le puede llamar paz a eso?

La sociedad colombiana actual –y quizás la de tiempos pasados– lleva 50 años de guerra, está endurecida. Constantemente asistimos a luchas fratricidas, enfrentamientos y conflictos violentos, y parece que los gobiernos y los subversivos y los actores al margen de la ley no se ponen de acuerdo para la paz, por conveniencia de intereses y la falta de capacidad para perdonar que es como un imposible sueño dorado.

El Presidente Juan Manuel Santos corrigiendo el rumbo de sus actuaciones va por el camino de la Paz. Su estilo de Gobierno está demostrando que es factible enderezar y emendar errores, rectificar posturas y hacer el gran compromiso para en dos años alcanzar la paz y la reconciliación  civilizadamente en Colombia.

No se puede negar tampoco que la violencia se esconde detrás de las fachadas más respetables en nuestra sociedad. Se encuentra en las turbinas de la avaricia y del engaño, de la injusticia racial y económica que impelen a nuestras instituciones financieras y culturales.

Imaginémonos por un instante ¡Qué diferente sería el Cauca y Colombia! si de verdad estuviéramos en paz con cada persona que saludamos durante el curso de un día, si nuestras palabras no fueran tan sólo cortesía sino que surgieran del corazón. Que nuestras comunidades y pueblos vivieran en tranquilidad y armonía.

Hay un signo visible que nos hace pensar que Santos va ser el Presidente  de la Paz. Y es que está aprendiendo a pedir perdón: tal como lo hizo con las comunidades indígenas el saber aceptar, con alegría y con paz, las críticas de los otros.

Eso no significa aceptar cualquier tipo de críticas y amoldar mi conducta a cualquier cosa que le digan los demás. Pero cuando como un mandatario de los colombianos reconoce que una crítica es auténtica –y por lo general eso duele– y sin embargo la acepta con alegría, entonces se crece en confianza.

En términos políticos, a veces la paz toma la forma de acuerdos comerciales, arreglos y tratados de paz. Tales procesos son poco más que frágiles equilibrios políticos negociados en un ambiente sumamente tenso. A menudo siembran semillas de nuevos conflictos peores que los que pretendían resolver.

Por ello, llegó la hora de hablar de Paz. Las condiciones se están dando pese a las acciones de los violentos y las férreas y constitucionales posturas del Gobierno, pues de hecho la paz no es la ausencia de guerra sino la máxima afirmación de lo que puede ser.

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