Por: Luís Barrera
El perdón no es una amnesia
sagrada que borra el pasado. Por el contrario, es la experiencia sanadora que
elimina el resentimiento. Se podrá recordar la ofensa, pero no se revivirá el
dolor.
La avispa del recuerdo puede
volver a volar, pero el perdón le ha arrancado su aguijón. Por eso todos los
colombianos necesitamos aprender a perdonar y aprender a pedir perdón.
Nuevamente el tema de la Paz es
el pan diario que quisiéramos comer para calmar el hambre desesperante que
origina la violencia, la guerra y el conflicto interno que padecemos cruentamente.
Se rumora mucho sobre una
prudente y eventual negociación con un diálogo franco y reservado en el
exterior con los grupos insurgentes y cuando río suena… Algo de cierto debe
tener, cosa que encantaría a la inmensa mayoría porque la verdad, es que todos
estamos cansados de tanta sevicia y sangre inocente.
El Presidente Santos si llega a
plantear un proceso de Paz no solamente será reelegido bien lejos por los colombianos,
sino que pasará a la historia como el Presidente de la Paz. Tiene las llaves y
de la voluntad de su gobierno depende la suerte de un país que merece tener el
privilegio de perdonarnos unos a otros.
Para muchos la paz significa seguridad
nacional, estabilidad, el orden público. La asocian con educación, cultura,
deber cívico, salud y prosperidad, comodidad y tranquilidad. Es la buena vida.
Ahora bien, ¿pueden todos compartir una paz que se funde en eso y en nada más?
Si para unos pocos privilegiados la buena vida significa opciones ilimitadas y
consumo excesivo, los demás, lógicamente, tienen por lo tanto que trabajar como
esclavos y sufrir una pobreza agobiadora. ¿Se le puede llamar paz a eso?
La sociedad colombiana actual –y
quizás la de tiempos pasados– lleva 50 años de guerra, está endurecida. Constantemente
asistimos a luchas fratricidas, enfrentamientos y conflictos violentos, y
parece que los gobiernos y los subversivos y los actores al margen de la ley no
se ponen de acuerdo para la paz, por conveniencia de intereses y la falta de
capacidad para perdonar que es como un imposible sueño dorado.
El Presidente Juan Manuel Santos
corrigiendo el rumbo de sus actuaciones va por el camino de la Paz. Su estilo
de Gobierno está demostrando que es factible enderezar y emendar errores,
rectificar posturas y hacer el gran compromiso para en dos años alcanzar la paz
y la reconciliación civilizadamente en
Colombia.
No se puede negar tampoco que la
violencia se esconde detrás de las fachadas más respetables en nuestra
sociedad. Se encuentra en las turbinas de la avaricia y del engaño, de la
injusticia racial y económica que impelen a nuestras instituciones financieras
y culturales.
Imaginémonos por un instante ¡Qué
diferente sería el Cauca y Colombia! si de verdad estuviéramos en paz con cada
persona que saludamos durante el curso de un día, si nuestras palabras no
fueran tan sólo cortesía sino que surgieran del corazón. Que nuestras
comunidades y pueblos vivieran en tranquilidad y armonía.
Hay un signo visible que nos hace
pensar que Santos va ser el Presidente
de la Paz. Y es que está aprendiendo a pedir perdón: tal como lo hizo
con las comunidades indígenas el saber aceptar, con alegría y con paz, las
críticas de los otros.
Eso no significa aceptar
cualquier tipo de críticas y amoldar mi conducta a cualquier cosa que le digan
los demás. Pero cuando como un mandatario de los colombianos reconoce que una
crítica es auténtica –y por lo general eso duele– y sin embargo la acepta con
alegría, entonces se crece en confianza.
En términos políticos, a veces la
paz toma la forma de acuerdos comerciales, arreglos y tratados de paz. Tales
procesos son poco más que frágiles equilibrios políticos negociados en un
ambiente sumamente tenso. A menudo siembran semillas de nuevos conflictos
peores que los que pretendían resolver.
Por ello, llegó la hora de hablar
de Paz. Las condiciones se están dando pese a las acciones de los violentos y
las férreas y constitucionales posturas del Gobierno, pues de hecho la paz no
es la ausencia de guerra sino la máxima afirmación de lo que puede ser.
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