domingo, 19 de agosto de 2012

EL AMOR A LOS HERMANOS


Pbro. Edwar Gerardo Andrade Rojas
Párroco Iglesia de la Stma. Trinidada – Santander de Quilichao


“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” (Juan 13, 34).


Todo el oro de la vida no vale la alegría, la felicidad de amar y ser amado, de ser acogido por el “otro”, acogido en la comunidad. El cristianismo es amor. Donde no se ama no hay verdadero cristianismo. Mientras se odia mucho, se ama todavía muy poco. Solo el que se abre verdaderamente al Señor consigue abrirse a los hermanos con un auténtico amor fraterno. La auténtica apertura a Dios siempre tiene como consecuencia una apertura paralela a los hermanos. Si realmente nos hemos convertido al Señor, al recibir el don del Espíritu Santo sentimos la necesidad de unirnos a otros hermanos para caminar con ellos hacia el Señor y compartir penas y alegrías, como lo que el Señor va haciendo en la vida de cada uno de nosotros. En la primera comunidad cristiana “Acudían asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (Hechos 2, 42). Tengamos en cuenta que el fracaso más grande que puede existir es pasar la vida sin creer en el amor. El peligro evidente que tenemos los creyentes es pasarnos la vida hablando del amor, pero sin dar un salto adelante en tan delicada tarea.


Seremos juzgados si somos o no discípulos de Cristo por el amor. El amor al prójimo es la raíz y fin último de la mayoría de los preceptos de la vida cristiana “Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás,  no robarás, no codiciarás y todos los demás, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud” (Romanos 13, 8-10). Nuestro prójimo es la persona o personas que están próximas a nosotros, aquellas con las que convivimos y nos relacionamos diariamente y que tienen unos rostros muy concretos y también unos defectos bien concretos. ¡Cuántas veces la disponibilidad y buenas maneras que mostramos a los alejados, se nos convierte en egoísmo reconcentrado y agresividad con los que viven a nuestro lado! La capacidad real de nuestro amor queda en entredicho cuando tenemos que convivir con tal o cual persona en particular que no nos agrada. Y es aquí donde está nuestro prójimo. Hemos de mostrar, respecto a nuestro prójimo, la misma motivación y la misma entrega que se nos exige respecto a Dios porque se trata de un único amor, aunque aparezca con rostros diferentesSi alguno dice: amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Juan 4, 20). Miremos cómo andamos de caridad real con nuestro prójimo, y ello nos dará la medida real y exacta de nuestro amor a Dios manifestado con las obras.


¿Cómo cumplir el gran precepto del amor si damos cabida en nuestra alma a sentimientos de odio, de envidia o de agresividad, aun cuando nuestro comportamiento externo con el prójimo sea más o menos correcto? El amor  es, ante todo, un asunto del corazón y ningún corazón puede amar si no está limpio de resentimientos y de pasiones destructivas. Esforcémonos en pensar bien: he aquí el principio fundamental. El principio negativo de la desconfianza: piensa mal y acertarás, ha de ser sustituido por el principio justamente contrario: piensa bien y practicarás la caridad verdadera.

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