martes, 15 de enero de 2013



EL ERMITAÑO OTEA AL FONDO DE SU DESTINO


Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Loco-mbiano

El eremita salió de su covacha tan pronto la luz del día floreció sobre el desierto. Enjuto, en su saya larga como una palmera, oteó por encima de las pequeñas dunas que había formado el viento sobre la apacible arena. Extendió la mirada hasta donde el horizonte y sus cansadas retinas se lo permitían. Buscaba con certeza un punto luminoso que calmara sus expectativas.

Pero no. Por más que agudizó sus sentidos y puso su mano derecha sobre sus ojos para evitar los rayos del sol que ya llenaba la inmensidad de las arenas, no pudo ver ningún signo.

¿Qué buscaba el ermitaño esta mañana, qué bullía en su pecho que lo conminó a salir de su severo techo? Su ceño lo surcaban tres arrugas de preocupación. Algo raro pasaba, pues no era usual que una nube de duda o curiosidad le llenara su mente de repente.

Ese día cumplía 73 años y en la noche anterior dio vueltas en su cama. Un dolorcillo en sus ijares le hizo voltear varias veces su cuerpo como la serpiente entre las ramas. ¿Qué sería de él este año? ¿Seguiría el mismo ritmo que se había impuesto cuando se retiró hastiado del mundo del comercio, la farándula y el ruido?

Ya había cumplido 20 años de soledad de los humanos. Sus padres habían muerto, sus hermanos estaban lejos y sus hijos estaban ya mayores. Eso no le preocupaba. Había dejado que los muertos enterraran a sus muertos. Eso era parte de su Destino.

Por otra parte Fortuna ya no formaba parte de sus deseos y le bastaba tan solo la leche que le brindaba su cabritilla, masticar algunas de las yerbas que encontraba a su paso, beber un vaso de agua traída del oasis y comer dátiles de las palmeras que encontraba en su camino.

¿Su existencia sobre el desierto, el modo como vivía, las acciones que realizaba le bastaban para realizar su Destino? ¿Era útil su presencia en el universo? ¿No estaría desviado en el propósito de la Vida de haberlo traído a este planeta?

Se inclinó, como para llenar sus pulmones de aire y sus neuronas de energía y se reincorporó: ¿Qué hago? – se dijo hacia adentro de su Ser. ¿Por qué dudo, si eso lo he meditado por días y noches y he encontrado que esa es mi misión en este trozo de existencia? Ya he realizado obras que han beneficiado a otras personas, he amado, he corrido como una oveja detrás de pastores pagos por una triste miga. He viajado y comparado caras y corazones. En toda parte se cuecen habas y se monta en aviones.

Alzó luego los brazos, como si quisiera abrazar todo el desierto y dijo para sus adentros: - ¡Insensato de mí, ¿por qué enciendo una hoguera con este verano? No necesito calor ni comida, nada me hace falta. El aire me refresca, la cueva me protege, el ruido para mí no existe, qué más puedo desear ni nada de lo que ocurre a mi alrededor me daña. El mundo que ha creado el siglo XXI no logra tocar mi músculo ni mis gustos. Soy un ermitaño a secas y ese es mi Destino y mi felicidad. Mi vida, como el cangrejo, es caminar de lado por la arena y meter luego el cuerpo rojo en la cavidad que me resguarda de la mirada de los pescadores rutinarios.

Dicho esto, emprendió erguido su caminata matinal sin sandalias ni turbante.

15-01-13                                              10:44 a.m.

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