Reinel Gutiérrez
Don Jacinto era un hombre de regular estatura, de sonrisa entre
amable y burlona, y que tenía la particularidad de producir alegría y miedo a
la vez.
Al verlo venir a la distancia hacia la casa, portando una canasta
en cada brazo, y bamboleándose de derecha a izquierda, producía regocijo,
porque se sabía que traía el delicioso pan que repartía en todas partes.
Era un ser bonachón, tal vez de buena fe y su trabajo era ese, el
de llevar el pan nuestro de cada día.
Hasta allí todo bien, pero su llegada producía miedo luego, porque
el hecho sucedía en aquellas épocas en que los padres utilizaban como primitiva
psicología la de amenazar a los hijos con cuentos, creencias y fantasmas.
Entonces se le decía al niño "si usted es desobediente, dice
malas palabras y coge lo ajeno, se lo lleva, don Jacinto". Entonces
entraba el terror porque él no era el coco, un ser fantasmal invisible, sino
alguien de presencia real.
El panadero entonces con risitas respondía "me lo
llevo", y el pequeño entraba en drama pensando para dónde, cuándo y cómo.
De allí quedó la idea confusa de tratar de saber si don Jacinto
fue bueno o malo, si se fue para el cielo o lo tienen por allá a "fuego
lento". El siempre trajo el mendrugo, pero nunca se llevó al niño, solo
quedo la incertidumbre.
El inocente niño era el autor de esta corta nota, con la cual
trata de liberarse de un posible trauma, para empezar a creer que los Jacintos que
por allí andan deben ser buena gente.
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