Apreciado Alfonso: Hoy cuando compartimos la interesante reunión con el señor presidente Santos, te comentaba la razón por la cual comenzó su discurso haciendo referencia a las promesas incumplidas por su tío abuelo Eduardo Santos, las cuales fueron hechas frente al portal de la iglesia de Puerto Tejada durante su campaña presidencial de 1937. El artículo de marras fue escrito y publicado en el Diario OCCIDENTE de Cali, precisamente durante la campaña presidencial que se vislumbraba a mediados de 1995.
Lo insólito de estas coincidencias es que hoy no sabía si estaba escuchando al presidente de la república o al candidato Juan Manuel Santos, porque la dura realidad es que Puerto Tejada, 77 años después, sigue igual de sedienta con sus problemas sanitarios, tan graves e inocultables como sus problemas sociales.
Te envío un cordial abrazo,
JOSE RAMON BURGOS MOSQUERA
EBRIOS DE LIBERTAD, CONSUMIDOS POR EL FUEGO DEL LIBERALISMO QUE SENTIAMOS CORRER POR LAS VENAS, CREIMOS QUE ERA LA MEJOR MANERA DE ABRIRNOS PASO HACIA EL FUTURO. NO COMPRENDIMOS EL PRECIO QUE PAGARIAMOS POR NUESTRA INGENUIDAD.
Felipe Zapata apenas andaba por sus veinte años y había aprovechado la llegada del candidato presidencial del Liberalismo, Eduardo Santos, a Puerto Tejada, no solo para dar rienda suelta al potro brioso que cabalgaba sangre arriba al paso de las mujeres más bellas del norte del Cauca de aquellos brillantes días, sino para moler la caña de sus primeras mieles en la política. Había madrugado desde Las Cosechas, vereda del Corregimiento de Padilla, en Corinto y en compañía de centenares de campesinos, negros Liberales como él, se les metió en el cuerpo el gusanillo de querer darle la mano a uno de los grandes de la República Liberal.
Puerto Tejada era entonces la “Capital cacaotera de Colombia” y quien visitaba al Cauca sobreviviente de las hecatombes civiles de finales del siglo XIX, se encontraba con sus calles polvorientas, rectas y alegremente arborizadas, apretujadas por las recuas de animales cargados con las cosechas de sus 10.000 hectáreas sembradas en cacao y centenares de balsas de guadua atracadas en el entrecruce de sus dos ríos a la espera de los compradores de cacao, café, plátano y oro. Las mujeres lucían atuendos multicolores y esterlinas de oro con una africanidad cercana. Los hombres de entonces se ataviaban con sombreros de fieltro, paño real inglés y zapatos tres coronas. Los negros ostentaban con orgullo su libertad y lucían sin falsas modestias su momento de prosperidad.
Una decena de jóvenes, ardidos por el fuego de las pasiones partidistas, hijos y nietos de esclavos y libertos que aún en esa época exhibían las cicatrices que desde los pasados años les estrujaba el alma, en sus buhardillas de estudiantes en la Capital habían atisbado incrédulos el ingreso de Olaya Herrera al Palacio de San Carlos, participado de la agitación revolucionaria que los cachacos le habían armado al gobierno de López Pumarejo, recitaban de memoria apartes de los encendidos discursos del “Negro” Gaitán, se sentían dueños del sueño que mecía los destinos de un Partido que había realizado la reforma constitucional del siglo, la reforma educativa, la política agraria, la ley 200, en fin, se sentían comprometidos con los caudillos de esa masa irredenta de colonos y campesinos que solo conocían de sudor, zancudos, fatigas y soledad sin nombre.
Los Peña, los Viáfara, los Viveros, los Mancilla, los Mina, Ararat, Lasso, Villegas, Casarán, Balanta, toda esa camada de negros en quienes la dignidad y el orgullo no desentonaban, solo entendían entonces que la hora para que el negro ocupara otro lugar en aquel concierto que vivía la Colombia recalcitrante nacida de la Revolución en Marcha, había llegado.
Aquella multitud vociferante, animada por la brisa fresca que llegaba del río Palo y por el aguardiente que corría a mares, se aprestaba a participar de un espectáculo insólito que debió causar un sentimiento de culpa en el propio candidato presidencial Eduardo Santos y su comitiva de auxiliares sofocados y displicentes, porque ese pueblo de miserables, ese pueblo de negros palenqueros y “huidos” de las haciendas de los Arboleda y los Mosquera, ese mismo hato de rebeldes que al ruido del cohete se alineaban en la plaza de los samanes igualmente gigantescos, con sus machetes listos para cualquier cosa, que no tenían agua potable en 1.938, ni la tendrían sesenta años después cuando su nieto estuviese haciendo el mismo recorrido para hacerse con la Presidencia antes de terminar el mismo siglo, que no tenían nada, ni luz eléctrica, ni colegios, ni grandes obras que mostrar… ¡le entregaría ese medio día un árbol de cacao con treinta y tres mazorcas hecho en oro!
La joya que tenía unos diecisiete centímetros de altura, hojas que imitaban las de la planta y las mazorcas, todo hecho en oro de buen quilate, le fue entregada por las jóvenes más distinguidas de aquella sociedad de linajes arrancados a jirones de las guerras civiles. Santos respondió a los discursos citando los lugares comunes por donde todos transitamos en Colombia. Su discurso dejó la sombra de una pena… el eco de un dolor inexplicable.
Pero ni Eduardo Santos, ni los que le sucedieron a excepción de Carlos Lleras, entendieron el mensaje del árbol de cacao que envolvía los sueños de los negros! En sus ramas se resumía el respaldo unánime que brindaba un pueblo hambrientote Liberalismo que rechazaba erguido el llamado a la “desobediencia civil” que había hecho el “leopardo” Augusto Ramírez Moreno desde los micrófonos de la Voz de Colombia, como recuerda sesenta años después uno de los organizadores de aquel acto tan criticado desde entonces. Sus frutos simbolizaban lo que puede hacer la libertad en los hombres y cuanto puede alcanzarse cuando hay justicia!
Pero nada! Nada nos ha llegado! Solo la muerte donde pueda encontrarnos!
Para 1950 las tierras sembradas en cacao eran ya solo 6.000 hectáreas, en 1960 se contabilizaron 4.200 y la producción de cacao seco había disminuido de 6.000 a 888 toneladas. En 1970 las tierras sembradas en cacao eran inferiores a 1.000 hectáreas y hoy…”nos hacinamos 32 miembros sobrevivientes de la Federación de cacaoteros en 100 hectáreas” –confiesa con amargura Fabián López su vocero más obstinado-, para quien- “los últimos gobiernos “dizque liberales”, sobretodo el de Gaviria”, hicieron hasta lo imposible por acabar con el campesinado. Y casi lo consiguen”!!
Para los campesinos norte caucanos la historia del “árbol de cacao en oro que se le dio a Eduardo Santos”, está enmarcada en la interminable cadena de frustraciones que los ha llevado al escepticismo total de la clase política.
-“Gaviria llegó a la Presidencia sin la conciencia clara de lo que tenía que hacer. Los remordimientos que lo consumen son los que lo sacaron del país. Para nosotros… éste semillero de jornaleros que dejó enterrado en vida, lo tenemos por bien ido- agrega Fabián, sin importarle los logros y sabores de aquel mandatario.
Para Felipe Zapata, con las encallecidas manos que más parecen de tallador furtivo de máscaras ceremoniales, las desilusiones acumuladas en los años de abandono que a duras penas le permiten sobrevivir en su perdido rincón de Las Cosechas le han quitado el brillo de los ojos acostumbrados a la soledad de su platanera en las vegas del río Güengüé, pero una resaca de amargura hiela su sangre donde los buenos recuerdos empiezan a marchitarse.
- La plaga conocida como “escoba de bruja” acabó con nuestra solvencia y jamás respondieron a nuestras súplicas de ayuda, después los créditos infernales de la Caja agraria nos fueron quebrando. Y luego vino el desastre cuando nos metieron en el engaño de sembrar el cacao “ingerto” cuya producción no era comprada con el cuento de que parecía el cacao que se le robaban a los importadores del Ecuador. Y para terminar, cuando arrancamos el cacao nos metieron hasta por los ojos la bendita soya que nos trajeron los gringos del CIAT, que al poco tiempo no la compraban ni fiada… en fin! La mayoría se entregó. Embargados regalaron la tierra a los judíos para sembrar caña, porque no tenemos gobierno que nos respalde! Al paso que va el Liberalismo terminaremos respaldando un candidato conservador!!”-
Cuando venga Juan Manuel Santos a Puerto tejada – dice uno más proveniente de La Caponera- me gustaría que lo invitaran a la Casa campesina, para que vea en lo que quedó nuestra lucha: en mano de los Testigos de Jehová, cómo le parece carajo!!”
La clase política de Puerto Tejada perdió la dignidad, su orgullo y altivez de antaño. El pueblo sigue igualmente polvoriento y bullanguero aunque sin sus ceibas milenarias y cada vez más difícil de contemplar sin sentir una sensación de vacío, porque una raza que pierde la brújula de su identidad cultural pierde hasta las razones del corazón y después de eso solo Dios sabe lo que le queda por soportar a un pueblo!
(Publicado en “Occidente” 06.agosto de 1.995)
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