Gloria Cepeda Vargas
Por ti, Rita Levi Montalcini,
levanto mi primera copa del año. Brindo por tu elegancia repartida entre camafeos
alhajados y esa manera de abrocharte la vida como una joya más.
Saliste por última vez del
comedor familiar en tu casa de Roma el 30 de diciembre del 2012. Desde el año
pasado le seguía la pista a tu piel de 103 inviernos y a tu cerebro de veinte primaveras,
familiarizándome con sus acordes disonantes.
Viniste a hacer de las tuyas un
22 de abril en el Turín de 1909. Sefardí e italiana, miembro de una familia intelectual
y artista, no atinabas a mirarte en el espejo que copiaba a tus padres y
hermanos. Entonces te volviste al revés, ingresaste a la facultad de medicina frente
al dedo censor de tu padre trabajando en una panadería para costearte los
estudios a pesar de tu alergia a la levadura, convirtiéndote, luego de
imponerte “en el orbe machista de la investigación científica combatiendo las jerarquías de laboratorio,
ámbito más despótico que un cuartel” (Wikipedia) en neuróloga graduada summa
cum laude de la Universidad de Turín.
“El Manifiesto por la defensa de
la raza” presentado en 1938 por Benito Mussolini, que prohibía a los judíos el
acceso a los recintos universitarios, te expatrió de microscopios y células
obedientes y te llevó a decir: “Debería agradecer a Mussolini por haberme
declarado raza inferior, ya que esta situación de extremo sufrimiento me empujó
a esforzarme todavía más”. Aventada a Bruselas por el turbión de la segunda guerra
mundial, regresaste a Italia para montar en tu dormitorio un pequeño
laboratorio de neuroembriología experimental. Ahí pergeñaste sobre embriones de
pollo el cronograma de futuros experimentos; arribaste clandestinamente a
Florencia en 1943, Turín de nuevo en 1945 y sería durante treinta años la
Universidad de Washington de San Luis el lugar donde realizarías tu trabajo más
importante: el descubrimiento de la molécula proteica fundamental en la
reproducción de las células nerviosas, el cual, en 1986 con el bioquímico
Stanley Cohen, te hizo merecedora del Premio Nobel de Medicina. Entonces, profundamente
deprimida por la vorágine mundial que despertó tal acontecimiento, solo
atinaste a decir: “No consigo soportar este clamor”.
http://www.iicbuenosaires.esteri.it/IIC_BuenosAires/webform |
Por ahí te califican de “laica y
feminista a ultranza”. Creo más bien que al proclamarte libre de los premios o
castigos de ultratumba, asomas a la suprema revelación. En cuanto a lo segundo,
lo celebro. Así contribuiste a despejar un horizonte fuera de marco, recogiendo
de suelos subsumidos hilos sueltos, clavos mellados, semillas abortadas, resinas
y tatuajes balsámicos, con el apuntalamiento biológico imprescindible para la
trascendencia inteligente del animal humano.
A más de un siglo vivido
enarbolando con orgullo tu condición de mujer, entrego a la frescura de la
noche el recuerdo de tu compromiso político, tu curiosidad de niña eterna, tu
tesón subversivo, tu lucidez en el abordaje de temas urticantes: fascismo, persecución
judía, derecho al reconocimiento de la eutanasia, emancipación de la mujer, sentido
de la evolución humana.
Eres la investigadora más famosa
en el mundo después de María Curie y motivo de inspiración para la comunidad
italiana e internacional, incluido el escurridizo Vaticano, siempre opuesto a
que las mujeres saquemos la cabeza del agua. Auditorios del mundo entero te escucharon
entre absortos e incrédulos y en la autobiografía titulada “Elogio de la
imperfección”, te desnudas y reconoces como uno más de los inconclusos vertebrados
que rompen el equilibrio del planeta.
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