viernes, 21 de diciembre de 2012

Navidad

Gloria Cepeda Vargas

Llegó la navidad. Son días arrullados como bebés y mimados como mascotas. Más allá del inventario anual, terminan imponiéndose y quedándose como si fueran huéspedes queridos. Crujen bajo el peso de la nostalgia y el encanto de la fugacidad. Mezcla de inocencia, consumo desenfrenado y soledades empedernidas, nos convierten en títeres cortados con la misma tijera.

Vivimos tiempos novedosos. Benedicto XVI acaba de borrar mula y buey de las inmediaciones del pesebre bíblico. El pontífice comprendió que en estos despeñaderos corren riesgos innecesarios tan vulnerables criaturas. Pero sorprende tener que presenciar el fusilamiento de una figura tan inofensiva y baladí en las evaluaciones doctrinarias del rebaño católico.

Es falso que la realidad constituya el único ingrediente sápido en esta mesa. La directora de la orquesta no es otra que nuestra señora la fábula. Por eso, ya viejos, seguimos aspirando la parlanchina flor que riega el Principito en su planeta microscópico y nos asomamos con temor a las disquisiciones abisales de Goya.

Nacer, vivir y morir son apólogos sin moraleja. Los nemorosos pasajes de la Historia Sagrada quedaron reemplazados por delirios en sempiterna adolescencia. Toda creencia religiosa se hace respetable por fabulada. El poeta y el músico son contadores de historias ajenas a la ley de gravedad mientras la otra cara de la moneda precisa uñas y dientes para seguir en circulación.

A esa estirpe altanera pertenece la navidad. Sin abolengos ni fortuna, rige. Sin huella visible, permanece. Sin cédula de identidad, se identifica como ciudadana de un planeta cercado. Para unos, viaja sobre renos de feliz transparencia, para otros, ni siquiera alcanza a despegar.

Tanto se le ha auscultado que se supone conocida. No hay tal. Villancicos, manjares o luces amaestradas fungen como sobrepelliz. Uncida a la apetencia que convirtió al primate en andante vertical y lo sembró en lo más alto de la cima, continúa rompiendo y remendando los mismos esquemas.

Para ella son análogos un niño pobre y uno rico. Llegará a su puerta bien provista o pasará de largo. Por eso se deja crecer la barba durante todo el año y protegida del frío, continúa su viaje de caminos lejanos.

A la luz de ciertas evaluaciones, menguó. Ahora viste armadura de última generación y deambula por plazas públicas y centros comerciales. Vidrieras con muñecas como maniquíes desamparados, bebés que chillan, aviones y carros manejados a control remoto. A la vuelta del pasillo central, un horizonte de bolsos multicolores cierra el paso. La tienda de los chinos jadea, la tienda de los chinos estalla, los abalorios chinos se venden como pan caliente, los chinos son los dueños de la navidad.

No obstante lo sañudo del ojo que modera la fiesta, es imprescindible regresar. Cuando las luces se apagan y cada quien duerme su exceso o su carencia, es bueno buscar en cada estrella ese niño que por ventura todavía nos llama al orden. No importa que ahora se abra paso entre la niebla del recuerdo. Dueño de la única realidad digerible, siempre enarbolará la buena nueva sobre el atormentado corazón del mundo.

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