NAVIDAD, SUENA A BUÑUELO Y ABUELOS
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Loco-mbiano
Pasa uno cada página del almanaque sin darse cuenta y, de pronto, asoma un olorcillo conocido. Es la Navidad que llega cargada de recuerdos viejos. Y descuelga la saudade su almizcle por la columna desde la nuca hasta el final. Un río de imágenes se agolpa en la lengua, los oídos, la retina. Vuelve uno la cara y se le van los ojos hasta la niñez. Les ocurre a los niños, a los jóvenes, al hombre y la mujer. No solo a los viejos.
La navidad es una época de sorpresas, encuentros, visitas, regresos, regalos, deseos, besos, abrazos y más… Es la ocasión más llena de trebejos en el baúl del inconciente. Sí, de pronto hay rescoldos de desilusiones, regaños, pero son las risas de alegría, los momentos placenteros, los olores a jamón, a arequipe, a lechona, a buñuelo y natilla los que flotan entre los pliegues de la memoria.
Se dibujan de nuevo las caras arrugadas de nuestros abuelos junto a la cama que nos consentían y mimaban. No cambiamos esos momentos si tuviéramos que repetir la escena. Ellos se fueron pero la Navidad nos los reviven. Es la magia que la imaginación, las neuronas que la unidad de nuestro ser permite que disfrutemos solo con recordarlo. Por eso son tan necesarias estas fechas ayer y hoy que suceden tantas cosas de luto y de violencia.
Los sonidos de campanas en el pueblo, lejos de nuestro hogar, el de los villancicos en los radios, prender los faroles, ir a almacenes y ver tanto colgandejo en las calles, en las puertas y paredes con señales de que la navidad está presente. Podemos ser o no religiosos en nuestras creencias, pero el ambiente contagia. Nos lleva en un carruaje hasta la región donde vive Papá Noel con su barba blanca y sus renos grises. Nada de eso es cierto, pero lo creíamos y gozábamos esperando la media noche y buscábamos debajo de la almohada.
¿A quién de ustedes no le trajo el niño dios o papá Noel una muñeca que movía los ojos o un carrito de madera de tirar con un cordel o un tren o un caballito de madera con riendas en un palo de escoba? La condición de niño de ayer no cambia. Sea usted judío, ateo, cristiano o muy católico, ayer era niño y la navidad significó lo mismo. Casi lo mismo que intentar echar a volar una cometa en agosto y lograrlo.
Navidad, Navidad, dulce de papayuela, almíbar blanco, sabor a pavo relleno, a natilla hecha por mamá y todos sentados alrededor de la mesa familiar.
En el fondo de la sala estaba el pesebre alumbrado con mil bombillitas de colores que tiritaban como estrellas que tuvieran frío. Sí, lo dice el mismo papa, junto a los tres reyes, a María y José, debía esperar el niño encontrar un pesebre pobre con una cuna de paja vacía, un buey con los ojos de vidrio y un burro sin enjalma saboreando algo entre sus dientes y con las orejas muy atentas.
De pronto, alguien tocaba la puerta y todos miraban ansiosos a ver quién llegaba. Eran las tías con paquetes o eran los abuelos vestidos con sacones largos y bufanda que llegaban de otra ciudad o de otro país. Eran, también, mensajeros de Papá Noel y venían cargados de fardos llenos de regalos sencillos. No había iPods, ni memorias ni existían transformers ni Batman ni el hombre araña con vestido azul. Solo esperábamos un caramelo, un beso, algo diferente a lo que se recibía en el año. Solo la visita bastaba. No había el afán que nos ha traído la sociedad de consumo de que nos regalen el juguete más caro que le envidiamos al niño del vecino.
Oh, Navidad, días de villancicos, noches de paz sin sirenas de hospital, de platillos hechos en casa, todos reunidos en torno a mamá y papá, tías y abuelos con el burro y el buey. Cómo deseamos que venga y nunca pase de moda con todos sus bombillos. ¡Feliz Navidad!
16-12-12 9:30 a.m.
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