Por:
Carlos E. Cañar Sarria
Un buen gobierno se caracteriza por el mejoramiento de los
indicadores sociales. Estos mejoran en la medida en que los niveles de vida de
la gente se inclinan hacia unas condiciones de dignidad. Hay bienestar tanto
físico como emocional y la convivencia civilizada es posible. Los derechos
sociales y económicos son baluarte de los buenos gobiernos.
Vale la pena resaltar que los problemas de las comunidades son
muchos y complejos y que su resolución no es posible de la noche a la mañana.
Pero si existe liderazgo y voluntad política para hacer bien las cosas, la
problemática se atiende en orden de prioridades para que los cambios se vayan
evidenciando; en algunos casos de manera paulatina y en otros con mayor
agilidad.
En la administración pública se presentan circunstancias que hay
que tramitar de inmediato, así en ocasiones, no se pueda evitar la
improvisación. La ciencia política estima que en el orden de decisiones, si se
improvisa, hay que ser cuidadosos de que al hacerlo, las pérdidas económicas y
en vidas humanas sean mínimas. Los buenos gobiernos tienen sentido de previsión
pero no todo puede ser previsible y por ello a la hora de hacer las críticas,
quienes lo hacemos debemos ser cuidadosos en evitar injusticias. Siempre hemos
sostenido que gobernar no es tarea fácil y que quienes asumen el reto de
dirigir la sociedad deben saber de antemano las responsabilidades que se les
confía. Hay prepararse para gobernar y no solamente para ganar unas elecciones.
La opinión pública como mecanismo de control social es un factor
importante dentro de la posibilidad de los buenos gobiernos. No pocos
gobernantes creen o pretenden hacer creer que están haciendo bien las cosas
cuando las evidencias constatan lo contrario. Esto hace necesaria la opinión
pública que es la encargada de llamar la atención tanto a gobernantes como a la
misma sociedad, de que llegó el momento de direccionar los caminos. El buen
gobierno al igual que los medios de comunicación les compete la misión de la
defensa del interés público y en esa tarea periódicos y columnistas deben estar
siempre comprometidos.
En la cotidianidad, se ven tantas fallas en el ejercicio del poder,
que se presupone que los gobernantes no tienen quienes le hablen cerca a los
oídos. A leguas se siente que no están bien acompañados, de ahí los precarios
resultados. Sin un buen equipo no hay buen gobierno. Por eso las administraciones
en lugar de evolucionar involucionan. No reclutan a los mejores, a los más
capaces, a los más estudiosos, a las mejores hojas de vida. Se atienen a
requerimientos políticos, a dar contentillo a los directorios y desestiman los
criterios meritocráticos, éstos tan de moda en las sociedades modernas y
democráticas. Las administraciones no despegan. Los problemas aumentan de
tamaño para darle la bienvenida al caos y a la inconformidad.
Si no fuese por la opinión pública y su función de control social,
las sociedades serían peores. Sin cobrar un solo peso, la opinión pública puede
hacer ver a los gobernantes, lo que sus equipos de colaboradores no ven o no
quieren ver.
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