Por: Luís Barrera
Quien ostenta el segundo cargo de la nación falló aparentemente en su intento por modificar el esquema de la recolección de las basuras pues pesó más la improvisación y la falta de sentido común para enfrentar un complejo problema que no se puede cambiar de la noche a la mañana.
Es muy posible que en el fondo el alcalde Gustavo Petro pensara imponer a todo costo el principio de autoridad y convicción política como ideológica, sobre un negocio que mueve millones de pesos e intereses económicos.
Las travesuras de Petro con las basuras, le costó sin lugar a dudas varios puntos en su imagen como gobernante y el rechazo e indignación no se hizo esperar, no porque los bogotanos no estén de acuerdo con su iniciativa pública, sino porque a la gente no le gusta ver las calles llenas de basuras, ni le interesa quien la recoja, sino que oportunamente la recojan y la ciudad se vea limpia.
La terquedad podríamos definirla como el intento de afirmarse frente a otro, como igual o con superioridad. La terquedad es la fama del necio, cuando repite lo que intenta y no aprende de él. Por ello, Petro, que pudo estar bienintencionado, las cosas le salieron mal porque lo que inquieta a los gobernantes no son las obras y acciones que se implementen desde las administraciones, sino las opiniones acerca de las cosas que no tienen éxito desde un principio.
Ser soberbio es ego. Y no del que aporta. Para peor de males, ser soberbio nubla la mirada y no permite reconocer lo bueno del otro. Petro, ya comenzó aceptar que se equivocó y que le fue adverso intentar “revolucionar” negocios tan jugosos y perseguidos como el de las basuras, del que dependen miles de hogares y empresas que se forman a su alrededor como la del reciclaje.
Gobernar con estilo propio, sin pedir permisos y pisando cayos, por soberbia hoy día parece popular e interesante. Aprovecharse de la oportunidad, engañar al sistema o a los otros, descalificar los negocios y las poderosas empresas de servicio, puede verse como audaz y parece barnizar de poder al que es suficientemente astuto para sacar beneficio de ello. Y además puede ser celebrado por otros si se hace con gracia.
Querer poner orden en una ciudad tan cosmopolita como Bogotá también puede disfrazarse de un apasionado afán de hacer justicia social, de cumplir un mandato y programa de gobierno, cuando en el fondo lo que les mueve es un sentimiento de despecho y revanchismo ideológico, político y clasista.
Petro es un hombre de ideas, un luchador de izquierda que llega al poder de la capital de la República en contra de una clase política que salió por la puerta de atrás, frustrando un proyecto de ciudad que venía calando en la conciencia ciudadana de los bogotanos y la aceptación popular. Pero sin juzgarle, Petro a veces actúa como si se le hubiera metido el odio dentro, y en vez de esforzarse por perdonar, conciliar y llegar a consensos, pretende calmar su ansiedad de gobernante con venganza y resentimiento de clase.
Querido por muchos y odiado por otro tanto, cada trecho recorrido en su alcaldía con la impronta de humana al peregrino del palacio de Liévano, lo acerca un poco más a hacer realidad sus sueños, si no entiende que la soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano.
A Petro de ninguna manera se le puede juzgar por su pasado, su ejemplo de demócrata y hombre pensante, de aguerrido y corajudo, para asumir posiciones frenteras e irreverentes en favor de los más desvalidos y pobres de Bogotá, lo ponen a la cabeza de los elegibles con futuro incierto.
El problema es que siendo alcalde de una ciudad tan grande y progresista, hace falta ser humilde para aceptar la crítica. La soberbia suele blindarse a sí misma en un círculo vicioso de egocentrismo satisfecho que no deja que nadie lo llame por su nombre.
Cuando se hace fuerte así, la indefensión es tal que van creciendo las manifestaciones más simples y primarias de la terquedad: la susceptibilidad enfermiza, el continuo hablar de uno mismo, excusándose en los otros, terminan en las actitudes prepotentes y engreídas, la vanidad y afectación en los gestos y el modo de hablar, el decaimiento profundo al percibir la propia debilidad, ante la falta de solución a tantos problemas.
Petro es inteligente y honesto, hasta ahora nadie puede acusarlo o señalarle actuaciones non santas en su administración, por el contrario, se le abona transparencia y rectitud en lo público, aunque parece que no tuviera asesores con sentido común y un equipo de gobierno que le cubra la espalda, salvo algunas excepciones, tiene el sartén por el mango y por eso más temprano que tarde, podrá darse cuenta que el poder de ser alcalde de la ciudad más grande del país, unas veces se disfraza de sabiduría, de lo que podríamos llamar una soberbia intelectual que se empina sobre una apariencia de rigor que no es otra cosa que orgullo altivo.
De todas maneras de este episodio tampoco le fue tan mal al gobierno de Petro, habrá que esperar cómo funcionará el nuevo esquema que contempla, por un lado, un operador público para la recolección de basuras ordinarias en bolsas negras, y, por otro, la inclusión de los recicladores con rutas exclusivas para alzar los residuos reciclados en bolsas blancas, la cuestión es de cultura y convivencia, en un negocio en el que todos pueden ganar, pero sobre todo Bogotá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario